El Trabajo de Fin de Grado de Sahar Bencherif fue un casco de Capitana Marvel. Ha estudiado Ingeniería y Diseño Industrial en la Universidad Politécnica de Madrid y aplicó sus conocimientos en tecnología 3D para escanear su cara y producir el accesorio a medida. Fue entonces cuando se dio cuenta de que podía hacer lo mismo con maniquís digitales de cualquier persona y decidió crear Cosmaker Lab, su propio negocio de diseño de cosplay para terceros. “Vi que no había límites”, relata la joven de 28 años a EL PAÍS. El cosplay (contracción de costume, traje, y play, jugar) es una actividad en la que los participantes (cosplayers) usan trajes y accesorios para representar personajes ficticios. Los cosmakers, como Bencherif, fabrican esos atuendos, ya sea para usarlos o para venderlos. Desde que comprobó que podía ganar dinero con ello, ella se dedica, sobre todo, a lo segundo. “Hace tiempo que quiero hacerme un traje de Aloy, del videojuego Horizon, pero yo no me pago a mí misma, así que si un cliente me propone algo le doy prioridad”, reconoce.
Clientes le sobran, pero le falta tiempo porque todavía compagina esta faceta creativa con su trabajo de ingeniera en una multinacional. “Me llama mucho más la atención diseñar espadas, cascos y armaduras que motores, tuercas y botellas”, admite. Sin embargo, los pedidos de Cosmaker Lab se le acumulan: “Solo puedo abarcar uno al mes, pero si no abarco más tampoco puedo dejar mi otro trabajo. La idea es ahorrar para irme con un colchón”, explica la cosmaker, cuyas tarifas oscilan entre los 300 y los 600 euros. “Mi sueño es dedicarme exclusivamente a esto y tener un equipo para todo lo que haga falta. De momento, no tengo señales de que tenga que parar”, estima.
María Jiménez, conocida profesionalmente como Gabrielle Rouge, es un ejemplo de que ese sueño es alcanzable. Esta diseñadora de moda de 38 años trabajó para diferentes marcas textiles, como la extinta española Blanco, hasta que la echaron. “Empecé a coser cositas para sacarme cuatro perras”, recuerda. Un día, la monitora de un campamento temático le pidió como favor el traje de Arwen, la elfa de El señor de los anillos, y triunfó. “Empecé a realizar cosplays por encargo a medida, que es algo que en España la gente no encuentra porque los cosplayers se los hacen ellos mismos o los compran en tiendas como AliExpress”, comenta Jiménez.
Lo que más le piden son trajes de las sagas de La guerra de las galaxias o Marvel y está especialmente orgullosa del resultado de un traje del superhéroe Ant-Man. También ha hecho réplicas del de Elisabeth en Piratas del Caribe (”lleva el abrigo bordado con todos los botones a mano”) y del de Duende Verde, el mítico supervillano de Spider-Man. “Un traje de Mandaloriano, a nivel textil, puede costar entre 400 y 500 euros”, aclara. Hacer el último le llevó menos de dos semanas, pero le llegan alrededor de 20 pedidos al mes. “Ahora mismo no puedo coger encargos porque tengo hasta final de año completo”, advierte la diseñadora, que toma medidas en su casa a clientes de toda España. Lo que tiene claro es que no volverá a la moda convencional. “No me gusta que una tendencia te dicte lo que tienes que ponerte. Prefiero el cosplay porque es gente que quiere expresar su personalidad reflejada en un personaje con el que se identifica. Me parece mucho más divertido y personal”, considera.
A Enrique Ituarte su fascinación por las escamas del traje de Thor en la película de Vengadores: Infinity War le cambió la vida. Su afán por replicar la vestimenta del superhéroe hizo que abandonara su carrera de Informática para aprender tecnología 3D, costura y todo lo que fuese necesario para conseguirlo. “Estudié dos másteres de 3D para videojuegos, un curso de impresión 3D y un curso de moldes de Juan Villa, el escultor del programa Cuarto Milenio”, comenta el joven de 27 años. Tardó dos años en recrear el traje y el hacha, “que tiene luces programadas y le sale humo”, pero el resultado fue tan exacto que le dio la fama necesaria para hacerse autónomo, bajo el nombre de Henry 3D Creations, y dedicarse a crear réplicas para particulares.
Actualmente vende “brazos con guante de silicona que parecen de metal”. Tarda dos semanas en hacerlos, pero la investigación previa hasta encontrar la técnica idónea para producirlos le ha llevado un par de años. La mayoría de sus clientes son extranjeros, de Estados Unidos, Australia o cualquier otra parte del mundo y, aunque prefiere que no se conozca el precio concreto de cada pieza, supera los 2.000 euros. “Mi intención es irme a trabajar en el cine en cuanto me ofrezcan un visado”, confiesa.
La maquilladora, peluquera y vestuarista Darya G. (conocida como Darka Studio, nombre de su empresa) y el maquillador de efectos especiales y especialista del sector metalúrgico Iván Muñoz (Bmz Studio) producen cosplays juntos desde 2017 y en 2020 empezaron a enfocar ese trabajo de manera profesional. “El mínimo que aceptamos en los pedidos son 300 euros y hemos llegado a hacer trajes por el valor de cuatro cifras”, aclaran. Aun así, lamentan que vivir exclusivamente de ser cosmaker todavía es prácticamente imposible en España. “Hemos sido freelance durante dos años y hemos comprobado que hay que hacer más cosas que generen ingresos, como trabajar con productoras haciendo dirección de arte o dar talleres y charlas en eventos”, argumenta la pareja.
El tándem formado por la artesana y patronista Elena Briongos (Helen de nombre profesional) y el profesor Juan Carlos Bariego (Arshan), de 31 y 29 años respectivamente, coincide con ellos. Desde 2017, Helen se dedica de manera profesional al mundo del cosplay con la ayuda de Arshan, pero lamentan que “es bastante complicado tener clientes que encarguen un traje entero, ya que el desembolso es grande y el tiempo que lleva hacerlo es alto”. Estos suelen costar “entre 1.500 y 3.000 euros”, dependiendo de la complejidad, el diseño y la calidad final que se requiera. Helen tiene una tienda de artesanía en la plataforma de manualidades Etsy y de ahí pueden salir de 10 a 20 pequeños pedidos mensuales, que luego compatibiliza con encargos grandes de trajes completos que suelen tardar entre seis y ocho meses en terminarse. “Ser autónomo en España no es nada fácil y creemos que la salud mental y fuerza de voluntad de Helen necesitará un descanso en un futuro más bien cercano”, reconocen.
Para Alejandra Pérez, de 33 años, el cosplay era una afición. “Como abarca tantos ámbitos creativos, como dibujar, coser, pintar, construir… encontré en este hobby todo lo que me llena a nivel artístico”, comenta la coruñesa, conocida en el mundillo como Anhyra. Es licenciada en Administración y Dirección de Empresas, pero siempre ha sido una apasionada del arte y la artesanía, así que abrió una pequeña tienda en A Coruña, donde vende productos creados por otros diseñadores, ilustradores y artesanos. Después de ganar varios premios internacionales, como el de mejor armadura en la BlizzCon de 2021 o el de mejor traje en la Dreamhack Beyond International del mismo año, su trabajo como cosmaker se empezó a cotizar.
Ahora recibe encargos de empresas de videojuegos que le piden colaboraciones en las que recrea personajes de sus universos. “Uno de los más relevantes ha sido el de Savathûn, la reina bruja del videojuego Destiny 2 para celebrar el aniversario de la compañía. Para el videojuego Bloodhunt, me encargaron hacer un atuendo que sale en el juego y documentar todo el proceso para que pudieran publicar los vídeos de cómo se creó el traje. Y también hice unos atrezos y armas inspirados en varios personajes de World of Warcraft cuando sacaron su expansión Dragonflight para un evento en Madrid”, rememora. Su tienda sigue siendo su negocio principal, pero el 99% del tiempo libre lo dedica al cosplay: “Todas las cosas que me gusta hacer están ahí”. Cosas como crear, esculpir y ganar dinero.
https://elpais.com/estilo-de-vida/2023-04-14/cuando-el-cosplay-deja-de-ser-un-hobby-para-convertirse-en-un-negocio-hemos-hecho-trajes-por-valor-de-cuatro-cifras.html