Bailey estaba dispuesta a emplearse a fondo con Nidhrungr, pero uno de los soldados de Sum´uruna la asombra y complace al decapitar a la bestia de un sólo ataque. Así, le da un fin épico al combate. La rubia observa la cabeza del dragón con una sonrisa de satisfacción mientras los hombres arengan a su asesino, Aeren Vost, que sin duda será celebrado de vuelta en su patria como merece. El soldado agradece las palabras de María con un saludo marcial, aunque su rostro cambia rápidamente a una seria gravedad, digna de un soldado del Imperio.
Mientras, Bailey aguarda, los brazos cruzados y la hoja de su cimitarra mirando al suelo. Ve acercarse a la Elegida.
Su sonrisa no cambia, pero sus pensamientos sí. Y al fin, la muchacha se acerca a la princesa.
"No enviaste ningún mensajero a planificar el asedio.
Y entraste al fuerte con sorna y sin miedo.
Te ofrecí enterrar a tu caballería de modo sincero.
Vadravia y Sum'uruna han sido aliadas por harto tiempo,
¿a qué debo, pues, ésta deshonra y desánimo?
La batalla ha acabado, nadie más tiene morir.
Lo que ocurra, será decisión tuya.
¿Qué tienes pues que decir?"
Bailey abre los ojos con sorpresa y confusión, y pestañea de una forma inocente.
Pero entonces, vuelve a recuperar su expresión confiada y exhibe una sonrisa suave. Es el momento, y toca disfrutarlo. Su mano se posa con buen ánimo sobre el hombro de la Elegida, dándole un pequeño meneo.
"Como princesa de Sum´uruna,
mi deber estaba claro.
Mas tus compañeros y tú me insultáis,
así revelándome lo que es malo.
Por tanto, permíteme ahora con todas mis fuerzas
recuperar mi honor, y ese error compensarlo."
Dicho lo cual, Bailey aparta la mirada de María y la dirige hacia uno de sus soldados. Levanta su cimitarra para apuntar hacia éste, uno de sus cornetas y hombre de su confianza. Uno que no ha tocado su instrumento desde que vinieron a Vadravia, pues su deber es único y especial. El soldado asiente y llevándoselo a los labios, empieza a soplar.
El sonido es desagradable. No es bajo y grandioso, sino algo más parecido al graznido de una urraca que otra cosa.
Y mientras las puntas de las lanzas de los sum´urunos que miraban hacia el cielo ahora bajan, Bailey vuelve la vista hacia María, sonríe... y esa sonrisa blanca y ojos azules se abren de manera horrible al tiempo que gira la muñeca, su brazo describiendo un arco en diagonal y hacia abajo, pasando entre María y ella... con la hoja de su temible cimitarra siguiéndolo, y buscando las tripas de la Elegida.
Al mismo tiempo, un hombre entre los sum´urunos se arrodilla. Los primeros gritos empiezan a sonar cuando las lanzas de los soldados imperiales perforan la carne de soldados vadravianos desprevenidos o rematan a sus heridos en el suelo. El círculo dorado que se había detenido al morir el dragón comienza a cerrarse otra vez. Pronto, los soldados de tez bronceada y armadura dorada comienzan a lanzar otra vez sus voces de guerra, y sus bramidos ocultan el encantamiento susurrado del hombre que, arrodillado entre las filas que avanzan, toca el amuleto que solía pertenecer a Namirod, y que ahora vuelve a ser de la princesa de bronce y arena... al tiempo que Aeren Vost, el héroe del momento, aprieta los dientes y busca con su arma al héroe vadraviano más cercano...
Bailey a María:
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Aeren Vost a Rachel:
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Hechicero contra los héroes más cercanos:
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Infantería Imperial de Sum´uruna contra el ejército de Vadravia:
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