Todos
Elijah, siempre callado cuando el momento lo exige, observa la escena desde un saliente junto al arroyo. El agua corre clara y rápida entre piedras lisas, con remolinos suaves donde los peces suelen detenerse. Sin decir palabra, se desliza cuesta abajo, alejándose un poco del claro para no molestar a los osolechuzas.
Al llegar a la orilla, se arrodilla en el barro húmedo y afina el oído. El murmullo del agua le guía. Localiza una zona donde el río se ensancha apenas unos metros, formando un pequeño pozo natural, más profundo y lento. Sus ojos, acostumbrados a buscar entre sombras, captan un brillo plateado: un salmón, grande, que remonta contra la corriente, ajeno a la amenaza que acecha desde la orilla.
Elijah retrocede medio paso, clava una de sus flechas con firmeza en el suelo y prepara otra, apuntando desde abajo con calma. El reflejo del pez lo descoloca un instante, pero no pestañea. Espera a que el salmón avance un palmo más… y entonces suelta la cuerda con un suave silbido.
La flecha corta el aire y penetra el agua con un golpe limpio, casi sin salpicar.
Un segundo después, el agua se tiñe de rojo.
Elijah se acerca, se remanga con parsimonia y se mete en el agua hasta las rodillas. Atrapa el salmón por detrás de las agallas, aún convulsionando, y lo arrastra fuera con esfuerzo. Es un ejemplar imponente, escamado de plata y gris oscuro, con las aletas duras como el cuero.
La madre osolechuza resopla con fuerza, un bufido grave que levanta pequeñas nubes de polvo del suelo del claro. Sus ojos incandescentes no se apartan de María, aunque ya no parecen tan tensos, sino expectantes. A su espalda, los oseznos alzan las orejas y giran la cabeza hacia la caverna, atentos al ruido sordo que proviene del interior… algo se mueve dentro, algo grande.
Los cachorros se arriman a su madre y uno de ellos balbucea con voz grave y aún infantil:
"Papá se está despertando..."
El otro asiente con un sonoro "mjuuufff", mirando a María con algo de admiración.
"Papá es el más grande. Más grande que los árboles. Más gruñón que el cielo cuando se enfada..."
La madre osolechuza baja la cabeza, más calmada ahora, pero aún firme. Da un pequeño paso adelante y clava una de sus garras en el suelo, marcando la tierra. Sus alas no se despliegan, pero se nota que está dejando claro los límites.
María lo entiende: no habrá violencia si no hay amenaza. Y quizá, con el salmón, incluso haya tregua. Pero las armas, lejos de sus cachorros.