Turno 6-7
Los tres fugitivos —cuatro, contando a Esclavo, que sale como un rayo con las orejas pegadas hacia atrás— se lanzan a la carrera en cuanto ven el resquicio de oportunidad. La lluvia les golpea la cara, las capas se abren como alas oscuras, y el barro salta bajo sus botas.
Los guardias apenas tienen tiempo de pestañear. Uno alza la lanza, otro empieza a gritar una orden que nadie oye completa, y uno de los arqueros intenta tensar la cuerda… pero todo sucede demasiado rápido. Los fugitivos cruzan el patio como sombras, bordean el muro, doblan la esquina y desaparecen en la espesura del sur antes de que cualquier lanza pueda levantarse del todo.
Detrás, sus voces aún llegan entrecortadas entre los árboles:
El sacerdote es el primero en reaccionar.
"¡Tú!", señala a un soldado empapado, que se sobresalta y casi pierde la lanza. "¡Manda dos equipos a peinar el bosque! Quiero batidores en abanico, rápido, antes de que la tormenta borre las huellas."
Otro guardia se acerca jadeando, tropezándose con sus propias botas.
"¿Cree que son… de Cormyr, señor?"
El sacerdote resopla, exasperado.
"Si fueran de Cormyr ya estaríamos todos muertos, Ulric. Piensa un poco". Hace un gesto con la mano, impaciente—. "¡Tú, asegura el elevador! Lanceros y arqueros ahí, ahora mismo. No sabemos cuántos quedan. ¡Vamos, vamos, que Lathander no bendice a los lentos!", dice en lo que parece una burla.
Los arqueros se dispersan, los lanceros corren hacia el elevador y varios soldados se lanzan hacia el bosque.
La lluvia cae con más fuerza, apagando pasos y voces.
Entre los árboles, lejos ya del patio, las siluetas de los fugitivos se pierden en la negrura. Solo Esclavo rompe el silencio con un ladrido breve, emocionado, como si dijera: “Corre, corre, corre…”
