Todos
El montacargas desciende entre crujidos y suspiros metálicos, como si la propia torre lamentara perder a su presa. Finalmente, con un clac profundo y definitivo, la plataforma se detiene en el nivel inferior.
Ahí está el sacerdote… ese estirado con cara de mármol que seguro que disfruta torturando goblins, quemando patas, pellizcando orejas y haciendo cosas de gente horrible que huele a incienso y soberbia. Seguro, segurísimo. Pizz lo nota en los huesos.
Y de pronto —¡zas!— un fogonazo en su cabeza. Un recuerdo. La banda de Ozz, el muy tacaño, y sus cañoneros… oh, los cañoneros. Goblins fuertes, valientes, que volaban por los aires con bombas “estratégicas”. Pizz siempre quiso ser uno. Siempre quiso volar y explotar cosas. Pero Ozz decía: “Pizz no, Pizz no apunta recto, Pizz no piensa recto, Pizz no nada recto”. Bah. Mentiras.
Y ahora míralo. Pizz tiene una bomba. Y tiene una presa. Una presa grande, seria y con armadura cara.
El goblin entrecierra los ojos, saca la lengua por el colmillo, calcula (o algo que él considera calcular), alza el brazo…
Y lanza.
Como siempre soñó. Como un auténtico cañonero. Con gloria, ruido y muy mala intención.
Tirada de lanzar de Pizz: 4, 6. Éxito.
Y cuando cae a los pies del joven sacerdote, este solo alcanza a fruncir el ceño, confundido:
"¿Qué…?"
¡¡BOOM!!
Daño a Soren: 5, 3, 1, 1, 4, 3 → 2 puntos de daño.
Soren apenas se mantiene en pie. Su armadura de combate. ennegrecida por la explosión, humea en varios puntos como una fragua mal apagada. Las correas cuelgan rotas, la hombrera izquierda ha salido despedida y su capa de juicio está hecha jirones irreconocibles.
Su rostro, antes solemne y seguro de sí mismo, ahora es una máscara de hollín y sorpresa absoluta. La dignidad… esa se ha evaporado como el humo elevándose sobre su cabeza.
Y justo allí, sin haber dado ni un paso desde donde estaban, los dos desdichados que recibieron la onda expansiva —el lancero y el arquero delante de Soren— parecen esculturas trágicas.
Daño al arquero1 : 3, 5, 6 → 2 puntos de daño. Aturdido.
Daño al lancero 1: 5, 4, 4 → 3 puntos de daño.
El arquero permanece de rodillas donde lo sorprendió la llamarada, temblando. El arco cuelga de sus dedos como una reliquia inútil, y su mirada vacía parpadea tratando de entender qué maldito dios ha decidido reescribir su día.
El lancero sigue en su puesto, clavado al suelo por puro instinto, pero inclinado contra su propio escudo como si el peso del mundo le hubiera caído encima. El escudo largo está hundido hacia dentro, y un hilo de sangre serpentea desde su boca.
Ambos respiran. A duras penas. Gravemente heridos, todavía calientes del fogonazo que casi los envía a besar la fría túnica de Kelemvor en persona.
Y Pizz, desde la sombra, solo ladea la cabeza satisfecho. La distracción perfecta.
