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Valentía de los lobos:
3, 2. Superada
6, 3. Superada.
1, 3. Fallada.
1, 4. Superada.
2, 6. Superada.
La mayoría de los lobos se sacuden la confusión, recuperan el equilibrio y vuelven a cerrarse sobre el grupo. Retoman su postura tensa y agresiva, intentando conducirlos de nuevo hacia el sur, como si nada hubiera alterado su propósito inicial.
Valentía de Hollín: 4, 1. Fallo.
Thorian espolea a Hollín con un gesto decidido, pero el caballo no responde. En lugar de lanzarse hacia delante, avanza un paso y se queda rígido, los músculos tensos bajo la piel mojada, las patas clavadas en el barro como si el propio bosque lo retuviera.
Sin perder tiempo, Thorian se inclina en la silla y desenvaina la cimitarra con un gesto rápido. La hoja silba en el aire antes de caer.
Ataque: 4, 3. Éxito.
Daño: 6, 3, 6, 6, 3, 6 → 6 puntos de daño.
La cabeza del primer lobo rueda por el barro en un arco húmedo, pero no hay espacio para respirar: otro lobo se lanza desde la derecha. Thorian gira la muñeca, cambia el ángulo y golpea de nuevo sin dudar.
Ataque: 4, 1. Éxito.
Daño: 3, 2, 5, 4, 4, 3 → 5 puntos de daño.
La cimitarra atraviesa su costado y sale por el otro lado. El animal cae de rodillas, emitiendo un gemido breve antes de desplomarse en el barro, muerto antes de tocar el suelo.
En medio de la tensión, un chasquido rompe el aire: el ruido firme de un pequeño talón de gnomo golpeando un costado equino.
Bori ha espoleado a su poni Epírocles Tercero, un animal diminuto pero sorprendentemente valeroso, que avanza con un brinco decidido entre la línea del grupo y la muralla de lobos. Sus patitas chapotean en el barro, pero mantiene el cuello erguido como si fuera un corcel de guerra.
Bori se detiene a unos metros del anillo de sombras y, sin bajarse de la silla, saca de su chaleco un artefacto metálico y reluciente, lleno de bisagras minúsculas, resortes tensados y un depósito cilíndrico que vibra con un zumbido casi imperceptible.
No es una ballesta. No es una pistola. Es una pistolaballesta gnómica, un prodigio de ingeniería. Un artilugio que ningún humano sería capaz de disparar sin perder un dedo.
Con un gesto exagerado, casi teatral, Bori levanta el artilugio.
"¡Atrás, chuchos del averno!", grita, más valiente que sensato.
Aprieta una palanquita lateral, y el mecanismo interno chirría, gira y escupe un proyectil diminuto y brillante, impulsado por una mezcla de magia menor, vapor y pura obstinación gnómica.
El dardo silba en el aire como una abeja enfadada y se clava justo delante de uno de los lobos del círculo.
King, espoleado por Bailey, responde con un bramido que retumba en el claro. El enorme huargo gira sobre sí mismo con una agilidad imposible para su tamaño, arrastrando consigo a Bailey y a Ronan. Sus fauces se abren como una trampa de acero y se lanzan contra el lobo más cercano.
Ataque: 6, 1. Éxito.
Daño: 2, 5, 5, 5, 6, 2 → 4 puntos de daño.
El mordisco hunde el costado del animal, que cae al barro soltando un alarido entrecortado; queda malherido, tambaleándose.
Bailey no le da tiempo a recuperar el equilibrio. Alza su lanza, la gira con precisión y la deja caer sobre el mismo enemigo.
Ataque: 5, 3. Éxito.
Daño: 2, 1, 2, 6, 2 → 1 punto de daño.
La punta atraviesa el cuello del lobo con un chasquido sordo. El animal se desploma, la vida escapándosele entre los dedos de la lluvia.
María se lleva la flauta de Pan a los labios y sopla. La melodía que surge es amarga, disonante, casi antinatural.
El efecto es inmediato: los lobos más cercanos a la acólita de Vecna se encogen. Algunos tiemblan, otros se tambalean como si el suelo se hubiera vuelto líquido bajo sus patas.
El cerco ya no es perfecto. La manada está desorientada, herida por un sonido que no pertenece a este mundo.
Daño: 5, 6, 2, 3, 3, 3, 3, 5, 1, 1 → 7 lobos sufren 1 punto de daño.
