Para Catronia, la palabra de seguridad de Zsadist era la inconsciencia y esa mañana volvió de muy mal humor.
—Has intentado volver a escapar... Por eso he tenido que atarte más fuerte—le decía como excusándose.
Zsadist se encontraba acurrucado en el rincón, como casi siempre, semi desnudo y desde hacía unas horas, engrilletado de pies, manos y cuello.
Catronia se acercó a él, descolgó su látigo. Una obra de arte de la artesanía con una cola trenzada cuyo final terminaba en unos pequeños hilos de metal.
—Apestas—le dijo acercándose a él e inhalando.
—Lo siento, mi señora—decia con la cabeza baja.
Catronia olía a especias picantes, su olor corporal siempre provocada en Zsadist un cosquilleo en la nariz que a veces le hacía estornudar.
—Deberías haberte preparado para mí, ¿Cuál es tu excusa para recibirme de esa manera? ¿Así me pagas que te alimente?—le decía mientras paseaba a su alrededor haciendo sonar sus tacones de aguja en la piedra y acariciando la cola del látigo.
—Lo siento, Catronia—el vampiro ya había abandonado cualquier intento de justificarse, sabía que alargar la conversación sólo desembocaba de una manera o de otra en alargar la agonía, todo terminaba como ella decidía que iba a terminar. Daba igual que no tuviera forma de lavarse por sí mismo, daba igual que no tuviera ropa, ni cuarto propio, ni mucho menos baño, no había respuesta correcta y Catronia aprovechaba cualquier grieta para justificar su maltrato.
—¡¿Cuántas veces tengo que decirte que no me llames por mi nombre?! ¡¿Eres estúpido?! — La sympath le da un fuerte latigazo en la espalda y Zsadist se retuerce de dolor, instintivamente se levanta e intenta agarrarla con rabia, Catronia se echa hacia atrás y las cadenas frenan el avance de Zsadist, cuando se da cuenta, de nuevo pide perdón como un perrito asustado.
Ella parece complacida por unos instantes.
—Eres un guerrero excepcional, en tu naturaleza está resistirte, lo llevas en la sangre, no puedo confiarme y eso es lo que te hace especial—le dice sonriendo— ¿Qué me harías si te soltara? Sólo imaginármelo me pone ardiendo—Zsadist siente la excitación de ella y hace un gesto de desagrado. Catronia entra en su cabeza, estimula las terminaciones nerviosas del placer de su cerebro y le provoca una erección que se nota a través de la tela sucia que lleva en la cintura. Él, avergonzado, intenta esconderla volviéndose hacia la pared—. Me alegra que tú sientas lo mismo, cachorrito. Pero tienes tantas ganas de mí que tengo que bajarte un poco las revoluciones, no quiero que el juego se termine.
Sin más preámbulos continúa dándole latigazos, tan fuertes y tan seguidos que abre abre la piel de su espalda, sin darle tiempo a que su cicatrización acelerada haga su trabajo, está descontrolada y rabiosa, Zsadist no sabe exactamente lo que había pasado fuera, pero claramente era una de esas noches en las que los planes de Catronia se habían torcido.
Después de un rato que se le hace eterno, Zsadist, no aguanta más, siente un dolor insoportable en su espalda, nota los girones de su piel, su columna y sus costillas, debido a la malnutrición, no tienen suficiente músculo para proteger sus huesos de los golpes del látigo, se da la vuelta para proteger su espalda con el muro de piedra, de manera que el último latigazo cruza su cara, su torso y su miembro, provocando que se retuerza de dolor, tirando de las cadenas intentando cubrirse en vano, las cadenas se tensan, pero no llega. Catronia, completamente ida, se da cuenta demasiado tarde. Para en seco tras ese último golpe, para sorpresa de Zsadist.
Se acerca a él y sujeta su cara con ternura con ambas manos.
—Noooo, tu preciosa cara, cachorrito— le dice con voz histriónica mientras lame su herida para que cierre rápidamente, lo besa en los labios y le acaricia la cabeza dulcemente—sabía que debía ponerte un casco, pero me gusta tanto ver tu cara cuando te hago mío.
Sin soltar sus cadenas las destensa un poco para que pueda sentarse. Zsadist se encuentra tumbado en la pared, visiblemente agotado mental y físicamente, sudando y con la mirada perdida. Catronia se pone de cuclillas y agarra los testículos de Zsadist clavandole sus largas uñas esmaltadas de negro brillante en el escroto, él da un gruñido cerrando los ojos pero no levanta la cabeza, la Sympath entra otra vez en su mente y le provoca otra erección, sube su vestido de seda negra hasta la cintura, se desabrocha los clips de su body negro que ya se encontraba viscoso y se aprieta encima del vampiro moviendo las caderas, está tan excitada que muerde el cuello del vampiro con ansia ahogando un grito gutural cuando siente de nuevo el éxtasis de tomar lo que le pertenece.
Cuando acaba le toma el pulso rápidamente, suelta su mano y se levanta sin abrocharse el body, el vestido cae como una cascada volviendo a cubrirla hasta los pies, se inclina un poco y le dice en el oído.
—No vuelvas a llamarme por mi nombre, pero puedes llamarme Katie—le susurra con una sonrisa malévola que le hiela la sangre.