Zsadist
Zsadist había perdido el hilo de todo. La sangre, los gritos, el eco de las cadenas… nada importaba ya. Solo una cosa seguía fija en su cabeza como un clavo oxidado: Catronia. Y delante, ese cabrón de Xereth era un muro más entre él y ella.
Levantó la Glock sin pensarlo, apretó el gatillo y dejó que el retroceso le recorriera el brazo como una descarga. Ni siquiera esperó a ver si la bala hacía su trabajo.
De un salto se pegó contra el pilar de la derecha, el cuerpo encajado en la piedra fría, respirando por la boca. Se cubrió allí como un perro acorralado pero con los colmillos listos. No quería regalarle a Catronia sus ojos. Ni a Xereth. Sabía que bastaba un cruce de miradas para que le arrancaran el control como ya había pasado antes.
El muro podía ser solo piedra, pero en su cabeza era la única defensa contra esa puta que sabía meterse en su mente.
Se inclinó un poco desde la columna, la voz proyectándose para que resonara en cada maldito rincón de la sala:
“¿Sabes, Catronia? Hasta la ramera más barata del puerto lo hace mejor que tú. Siempre fuiste un polvo de tercera, un trámite asqueroso. ¿Verdad, Xereth? Ni para eso vale tu bruja. Ah, que contigo no se abre de patas. Debes ser el único... Ya sabes lo que dicen, en casa del herrero, cuchillo de palo.”