Más brutal es el mundo de Pokémon, que normaliza que niños de 10 años o menos emprendan un viaje por el país sin la tutela de ningún adulto para darse de hostias con animales fantásticos cuyas habilidades oscilan entre causar fácilmente la muerte de una persona desarrollada -no digo ya un niño- y destruir el mundo, quedando inconscientes por la paliza cada vez que son derrotados en combate no antes de habérseles sustraído el poco dinero que tuvieran encima y que necesitan para subsistir tanto ellos como sus animales de compañía en un viaje regional en el que con frecuencia atraviesan desiertos, montañas heladas y volcanes, utilizando, dicho sea de paso, la misma vestimenta para todos ellos.
En The Last of Us, existe un número indeterminado de supervivientes a escala global y dependiendo de qué tan accesible sea Ellie la cura puede postergarse indefinidamente creando una suerte de sociedad postapocalíptica que, con dificultades, resiste. En Pokémon Rubí, Zafiro y Esmeralda, si el protagonista no detiene inmediatamente la batalla entre Groudon y Kyogre, la civilización global se reduce a 0 en cuestión de horas, ocasionando la extinción inmediata de la humanidad. Para un adulto, así como para un chaval de diez años, que dependa de ti la pérdida o la salvación no ya de tu "hija", sino de todos tus seres queridos así como el resto de individuos que habitan el planeta, impone una presión psicológica y un trauma severo mucho mayor del que Joel -el malo- haya experimentado jamás.