Ascenso y caída de Borja Capponi, el adiestrador de perros más famoso: "La televisión arruinó mi vida, no quería vivir"
PEDRO SIMÓN Nuevo Baztán (Madrid) FOTOS: ANTONIO HEREDIA
10–12 minutos
Actualizado Jueves, 27 abril 2023 - 07:47
Cuando recogió a Lucas de la perrera, amenazaba con morder a todo el que se le acercaba: a saber qué había vivido el animal.
A Pimpinello se lo encontró abandonado antes de un verano: alguien se fue de vacaciones y se lo quitó de en medio.
Lobita llegó con un largo historial de malos tratos a la vista. Y ahí sigue con su trauma la perrita negra. Ve a una persona desconocida y su reacción es automática: baja la cabeza, esconde el rabo, recula.
Los hermanos Dalton (cinco podencos naranjas que descansan al sol) iban a ser arrojados al río a las dos semanas de nacer.
Pero no hemos venido hasta aquí para hablar de cómo casi pierden la vida todos estos perros acogidos por Borja Capponi, sino para hablar de cómo casi la pierde él.
De cómo el famoso adiestrador canino de la televisión alcanzó la fama con Malas pulgas y luego sobrevinieron el olvido y la depresión. De cómo el madrileño se convirtió de repente en una celebridad a la que paraban por la calle y de cómo terminó sin comida, sin agua y sin luz; alimentado por sus vecinos; endeudado y abandonado junto a sus 14 perros.
"La televisión arruinó mi vida", dice. "No quería vivir. Tenía la sensación mental de querer dormir y no despertar para no acordarme de nada".
Así que esta historia va de la perra vida. Del maltrato animal, pero sobre todo del humano. De una subida vertiginosa y de una caída a cámara lenta. De la picadora de carne que -a veces- es el éxito televisivo y del becerro de oro de las audiencias.
Y también va de un obsesión.
A lo largo de este encuentro, Borja Capponi (47 años) citará en 12 ocasiones al celebérrimo adiestrador canino de origen mexicano-estadounidense César Millán, que se hizo millonario en la televisión americana con su serie El encantador de perros. Que hoy tiene una vida de éxito y un rancho de 18 hectáreas. Que fue elegido finalmente para sustituirlo a él.
Le preguntamos a Borja Capponi si ha leído un libro llamado Número dos, donde el escritor francés David Foenkinos cuenta la historia del chico que quedó segundo en el casting para interpretar a Harry Potter y que creció obsesionado con aquel fracaso, con quién pudo haber sido y no fue.
Borja Capponi nos dice que no lo ha leído.
Y se va a echarle un poco de pienso a Lucas, a Pimpinello, a Lobita y a los hermanos Dalton.

Lo saben perfectamente los que aman los perros: que todos recordamos al primero de nuestra vida.
El primero que recuerda él se llamaba Cabot. Era un dogo enorme. Estaba atado a un árbol con una cadena en una finca de Benidorm que frecuentaban en verano. Al niño Borja le gustaba mucho Cabot. Pero no le gustaba nada la cadena.
De allí nació un amor que lo ataría para siempre: el de los perros en libertad, grandes pequeños, con pedigrí, mestizos. Por eso a los 12 años ya se sabía más de 200 razas, coleccionaba fascículos, se compraba la revista El mundo del perro, le pedía a su madre tener uno... Pero en aquella familia bien hispano-italiana, su padre (el rey de los macarrones con su fábrica de pasta, cochazo Ferrari, hijos en El Pilar) detestaba a estos animales.
A Borja se le daban muy mal la Lengua y las Matemáticas (repitió varias veces 8º de EGB), pero se le daban muy bien -pongamos- los pastores alemanes y los labradores, los galgos y los chihuahuas. Sus padres ya estaban separados cuando empezaron a entrar en su vida (y en su casa) los perros que mamá le dejaba criar. Te cita a Greta, un caniche. A Yeti, un mastín del pirineo. A Gavilán, un pastor belga. Pero la historia del adiestrador canino que tocó el cielo y bajó a los infiernos comienza con Butch.
"Era un bóxer listísimo. Lo trajo mi madre a casa cuando yo tenía 19 años. Me volví loco con él", nos comenta Borja. "Me lo llevaba al parque de Eva Perón y empecé a adiestrarlo con pelotas y salchichas... Aquello funcionaba. Entonces me obsesioné y a los siete meses ya puse mi primer cartel donde se leía: 'Adiestro perros. Precios económicos'... Y me salía trabajo con el adiestramiento. Fue de esa manera como me independicé".
"Pasé a tener otro perro. Otro más. Hasta cinco a la vez. Y me iba con ellos al Retiro, y la gente me aplaudía al ver las cosas que hacían, el espectáculo de ataque y defensa, cómo obedecían", prosigue. "Iba a una clase, volvía a casa a sacar a mis perros, me volvía a ir al Retiro para dar otra clase, luego a lo mejor me movía a la otra punta de Madrid para una tercera clase, y después vuelta a casa sacar a mis perros.... Así fue mi vida durante cinco años".
Y entonces sucedió.
Un día suena su teléfono. Es una clienta que trabaja en Antena 3. Le cuenta que la productora BocaBoca está haciendo un casting para encontrar al César Millán español ("mi ídolo", dice) y hacer un programa de perros. Borja Capponi acude. Le ponen delante un perro histérico y lo acaba calmando. Hacen una llamada de teléfono y escucha: "Lo tenemos, eso sí, hay que enseñarle a hablar bien".
A los cuatro meses, ya tienen grabado un programa piloto. Es 2010. Comienza la emisión de Malas pulgas en Cuatro. Un éxito.
"Se me pone la carne de gallina al contártelo" (es verdad que se le pone).
Ya es el César Millán español.
Hasta que, al cabo del tiempo, la productora decide contratar al verdadero César Millán.
Empezaron a tratarme fatal, hasta el punto de que iba llorando a grabar
"Pasé de no ser conocido a que todo el mundo me pidiera fotos en la calle. En 48 horas, tenía 20.000 seguidores en Facebook, los autógrafos, las llamadas, los clientes que crecían... Era una puta locura ser famoso".
De las tres temporadas que firman, graban dos a lo largo de año y medio. Según su versión, Capponi solo recibe 30.000 euros. Comienza a recibir críticas en las redes por maltrato psicológico a sus perros durante los programas. La bola de nieve crece y crece. Poco a poco, nota que la relación con la productora cambia. Y se huele algo.
"Empezaron a tratarme fatal. Hasta el punto de que iba llorando a grabar, me salían herpes, no dormía, me decían que no sabía hablar, el régimen era militar, tenía cagaleras, me deprimí... Recuerdo el día en que pregunté que cuándo empezábamos a hacer la tercera temporada. Me contestaron: 'Ya no hay tercera temporada. Vamos a traer a César Millán a España'... Entonces me quise morir".
Tantas veces le habían dicho que tenía que ser como la estrella chicana, que a esas alturas se había ido a vivir a una casa en el campo como él, y tenía un montón de perros para intentar conseguir una comunidad perruna como la que tenía él.
Solo que él no es Millán.
"Se me acabó el dinero. La gente se olvidó de mí. Al quitarme el programa, los clientes dejaron de llamarme... Y allí me quedé, en medio un casa en el campo, con 14 perros, sin un euro, y con un alquiler que no podía pagar", relata. "No tenía ni para comer. Llamaba a la productora llorando y no me decían nada. Ver el programa de César Millán era durísimo. Todo mi equipo se fue a trabajar con él... Adelgacé como diez kilos, me cortaron la luz y el agua, eran algunos antiguos clientes y vecinos los que me traían arroz o pasta o lo que fuera... Si sobreviví fue por los perros. Ellos me ayudaron a seguir viviendo".
Y aquí estamos ahora.
Iván Pérez tiene 20 años y "dos chuchos", estudió un grado medio de Márketing y Comercio y está haciendo un curso de adiestrador de dos semanas con Capponi y su prole. No puede estar más feliz. Nos dice: "Lo que me está enseñando es increíble".
Y debe serlo. Iván sonríe. Los perros también.
Si la persona piensa que el perro es humano espera respuestas humanas. Y ahí empieza el conflicto
"¿Qué es el éxito a fin de cuentas? ¿Y el fracaso?", se pregunta Foenkinos en Número dos, la historia del chaval que -después de llegar hasta el final en un casting con centenares de niños- estuvo a un solo paso de convertirse en Harry Potter, pero no.
"Hoy en día vivimos sometidos a la dictadura de la felicidad de los demás", contesta el protagonista del libro. Y también: "La peor consecuencia de un fracaso es que transforma el resto de tu vida en un fracaso perpetuo".
Cada vez que Cuatro vuelve a emitir aquel programa llamado Malas pulgas (llevan diez años reponiéndolo de cuando en cuando y la última emisión fue el pasado enero), el teléfono que no suena vuelve a sonar y los clientes que habían desaparecido regresan. Un subidón. Es como una droga cuyo consumo no dependiera de ti. Sino de los directivos televisivos que un día te convirtieron en lo que hoy eres.
Borja ha tenido más de 60 perros y te cita a todos como si fueran su familia. Cuenta con canal de YouTube (@BorjaCapponiAcademy) y enseña online a dueños de Estados Unidos, México, Holanda, Alemania... Destila pasión por sus animales. Pero apenas saca para vivir, reconoce. Sigue soñando con hacer otro programa. "Mejor que aquel, porque sé más".
Por ejemplo: "Es un disparate darles cualidades humanos a los perros. Tratar a un perro como si fuera una persona es egoísmo inconsciente: si la persona piensa que el perro es humano espera respuestas humanas, y ahí es cuando empieza el conflicto. Cuando no respetamos su verdadera naturaleza".
Por ejemplo: "Hay gente que tiene perros por capricho o por hacer ostentación... Los malcriamos igual que a los niños. Por eso nos atacan. Luego vienen los abandonos. Porque a un niño no te lo puedes quitar de en medio. Pero a un perro sí".
Por ejemplo: "El perro delata una sociedad caprichosa y ansiosa. Caprichosa porque un día, sin reparar en nada, alguien dice: quiero un perro. Ansiosa porque del mismo modo, dice: lo quiero ya, lo quiero ya... Y luego, cuando se acaba el capricho y todo se va de madre, llaman al adiestrador... Al 80% de los perros con problemas sus dueños les dan ansiolíticos".
Contamos lo que vemos, lo que tenemos delante. Y lo que tenemos delante es lo que sigue: son perros sanos los suyos. Equilibrados. Alegres. Bien alimentados. Aparentemente bien cuidados. De los que mueven el rabo como un parabrisas.
Uno supone que los animales no saben hacer teatro.
-¿Cuánta de la gente que te llamaba cuando eras famoso te siguió llamando cuando desapareciste?
-Nadie.
Es como si supieran que Borja está llorando en este instante. Se acercan varios de ellos. Muy despacio. Resignados. Y se ponen a tiro de él como si fueran lazarillos, porque lo son. Por si quiere acariciarles con la mano con la que se tapa la cara.
El más pequeñito de los Dalton ladra.
Pimpinello se tira a los pies del cronista y se pone panza arriba al sol.
Bosteza Lucas, el perro que cuando llegó mordía.