Pues estaba yo en Málaga por trabajo cuando mi rugiente estomago me ha avisado de que llegaba la hora de las viandas.
Siendo conocedor como soy de que cerca se sitúa un restaurante apañado, con un buen menú a módico precio, allí me he dirigido a disfrutar mi recompensa exultante.
En este bar te sirven nada más entrar un cuenco con pan y uno con aceitunas. El pan consiste en una porción individual inserta en una bolsa y una cantidad muy considerable de picos (de 15 a 20), dato que será importante más adelante.
Las aceitunas tenían muy buena pinta pero no me las suelo comer y yo que soy muy educado le he apuntado a la camarera que no hacia falta que las dejara en la mesa. Ella amablemente me ha preguntado "¿El pan también me lo llevo?"
Aquí es donde empieza el infierno. He dudado, yo nunca dudo pero esta vez he dudado pues no me gusta el pan excepto con el pescado y era poco probable que lo eligiera justo en esta comida. Hecho un manojo de nervios y sin seguridad en mi mismo la he susurrado "Si...". La camarera ha retirado los cuencos y se ha ido.
Abro la carta y se me cae el mundo encima. Ahí estaba, gallo a la plancha, mis peores temores se hacían realidad. Ahora me vería obligado a pedir de nuevo el pan y junto a el vergüenza. Mi cuerpo ha empezado a transpirar alertando a las claras lo que ocurría, algo que no se le pasa por alto a una experimentada camarera.
Completamente inesperada, allí estaba otra vez en mi mesa, dejando un cuenco vacío sobre ella a la vez que hacia la pregunta que nadie quiere escuchar "¿Y las aceitunas también te las traigo?".
Un momento, si el cuenco sobre la mesa estaba vacío y ese no era el de las aceitunas ¿Dónde estaba el pan? La miré a los ojos, consciente de lo que me iba a encontrar sin saber que sería aun peor. Completamente ida, cara a cara con la mía sus ojos miraban a todas direcciones cual camaleón menos a mi que me tenía delante. Observé su mano extrañamente hinchada y de repente PUM, me asesta tremendo hostion con la palma abierta que hasta ese momento había guardado el trozo de pan y los picos. La muy cerda me había pillado desprevenido.
La onda expansiva de la bolsa al estallar me tiró de la silla pero peor aun fue la metralla. Picos, afilados como picos, volaban por doquier pillando desprevenido al infeliz que pasara por allí. Conmocionado por el golpe y con cuatro orificios de entrada y salida de aquellos duros curruscos perfectamente situados en mis pies y manos como si de estigmas que señalan lo divino se tratara, fui capaz de incorporarme para verla retirar la bolsa ya aplastada y empezar a desmigar el pan que dirigía a su boca creando un viscoso mejunje que luego escupía sobre mi pecho.
"Oh el elegido, oh el elegido" gritaba impulsivamente una y otra vez.
El miedo me atenazaba el corazón, ¿No habría ningún alma caritativa que me fuera a socorrer? La respuesta del respetable me dejó helado. Como poseídos, los treinta comensales se levantaron y se me abalanzaron al unísono mientras gritaban algo en andaluz que no pude comprender.
Entonces, aturdido y cegado, sollozando y temblando, deseoso de que todo acabara, escuche en mi corazón la voz de la camarera que me imploraba "Metete la mano en el culo y encontrarás la verdad". Debía obedecerla y atrevíme a aventurarme en los bajos fondos pues allí estaba, el trozo de pan originario, perfectamente envasado y preparado para comer en el mayor ejercicio de prestidigitación que jamás allá presenciado.
Por lo demás la comida muy rica, 4,5 estrellitas