Siempre he pensado que este acto, que hacemos casi de manera inconsciente, obedece a orígenes primitivos, en las antípodas del ser humano.
Tocarse los huevos y olerse serviría antaño para comprobar posibles problemas de salud, de agua contaminada, o fallas en salubridad de la hembra penetrada a noche.
Realizar la noble y viril tarea de olerse las manos tras tocarse el miembro, sería pues un reflejo adquirido pues genéticamente, y el asunto tiene más miga de lo que parece.
@[borrado] siendo uno de mis más valiosos discípulos, te invito a reflexionar profundamente sobre la pregunta lanzada por el compañero.