Suelo poner en más valor a los juegos japoneses que a los occidentales. Para mi siempre han ido por delante en varios aspectos incluido el más importante, la jugabilidad. Aunque empecé a jugar a los 2 años y medio, en navidades de 1990, con una NASA y más adelante con un Spectrum, fui niño PlayStation. Los videojuegos eran un pasatiempo más hasta que la PSX entró en mi vida y convirtió el pasatiempo en mi principal afición.
Lo que vivimos entonces es muy difícil de transmitir, todo era magia, todo era nuevo. Se juntó la explosión del videojuego, con un gran momento de creatividad al haber pocas referencias, un estilo artístico que bebía del esplendor de la animación japonesa de entonces y la limitación económica que potenciaba el deseo. No tener internet ayudó mucho también, las relaciones personales se veían muy beneficiadas y eran nuestra comunidad de entonces, a la par de que los secretos eran difíciles de encontrar y transmitir y por ello mucho mayor la sorpresa.
Es normal que habiendo vivido esas épocas tenga esta mentalidad. Mi colección es un reflejo de ello: aunque tengo algunas producciónes del más alto nivel de Sony, lo que puebla la estantería son JRPGs, shmups y arcades japoneses. Sin embargo hay un tipo de juego al que le tengo tanto respeto como a los juegos japoneses. No es un género, es más bien una herencia, una sensación. Son juegos que de alguna forma asocio al legado de Dungeons and Dragons y el fenómeno del rol ochentero en Estados Unidos. Juegos creados por genios desaliñados con sobrepeso. He dicho ya varias veces que mi indie favorito ha sido precisamente Legend of Grimrock que no deja de ser un homenaje a aquello, aunque no necesariamente han de ser del género del rol. Aquellos juegos como Dungeon Master, Eye of the Beholder, Heroes of Might and Magic y otros también de ciencia ficción que a parte de que jugablemente me parecían geniales, tenían una profunidad y un arte y un cuidado del máximo nivel. Y es realmente curioso porque yo no viví aquello, lo descubrí más tarde con internet. Pero siento una extraña nostalgia al respecto y un anhelo por haber podido ser crio entonces.
Hay poca producción actualmente de ese tipo de juegos. Pero uno que deseo conseguir en físico y en una buena edición, si pudiera, seria Dwarf Fortress. Y me creo que Starfield, si tomamos en serio las palabras de Todd Howard también pudiera tener algo de esa herencia espiritual. De hecho tengo más hype por Starfield que por juegos como Zelda o Final Fantasy, además de que este último no deja de ser una iteración más de la producción japonesa degenerada de los dosmiles.
Debo decir también que he mentido un poco en realidad, porque los juegos de gestión/estrategia herederos de Will Wright o de las aventuras gráficas de Lucas y Sierra me parecen un legado al mismo nivel.