Al extraterrestre, el buen extraterrestre, nada le gusta más que vestir ligero, descubierto incluso; que el airecito le dé en la piel y disfrurar del fresquito que sólo un planeta a tropecientos millones de años luz puede ofrecer.
Son como esos guiris que nos llegan a las Mallorcas saliendo del avión ya en tirantes y sombrero mejicano.