Al contacto físico. Si me tocas de improviso, mi reacción sería sacar pinchos por la piel y arrancarte la yugular. Si tengo que dar la mano o un abrazo, me lo pienso, me preparo, me mentalizo... y lo hago, pero con sumo desagrado.
Con los años ha ido a peor, antes no me afectaba tanto, pero ahora mismo siento una aversión, una grima casi incontrolable cuando alguien me toca, especialmente si es sin mi permiso. Y si pudiera elegirlo, no tocaría nunca a nadie jamás.