Miela encontró extrañamente divertido cómo el bandido caía a sus pies con un tiro en el estómago y otro en la rodilla. Sus aullidos de dolor, no tanto. Con sus pistolas descargadas, Miela optó por colgarlas de su chaleco una vez más y desenvainar su espada ropera, cuya punta posó sobre el pecho del criminal, apuntando su corazón.
Éste levantó los ojos y la miró.
Miela, vestida para la guerra, con sus ojos dorados mirándolo con frialdad desde las sombras bajo su sombrero, era una visión tan agradable como la afilada y brillante hoja de su espada a la luz de la mañana.
"Escoia." Miela susurró, lo bastante alto para que la oyera, mientras se disponía a atravesarlo de parte a parte.