Mientras escuchaba las opciones que Erdwan proponía, Miela descansó contra la pared, aprovechando su mochila para acomodarla. Se cruzó de brazos e inclinó la cabeza hacia delante, ocultando su rostro parcialmente bajo su sombrero y cerrando los ojos.
Generalmente, a la fusilera no le gustaban los trabajos donde no estaban las cosas claras. Ir a buscar desaparecidos en un bosque no le agradaba nada, y la misión del Conde Dracamonte, aunque prometedora, caía dentro de ese problema. Entonces, quedaba enfrentarse a unos vampiros, lo cual no sonaba nada fácil... o matar a un gigante.
Miela empezó a sudar sólo de pensarlo. Sintió claramente cómo la fuerza abandonaba sus brazos, y la sangre bombeaba en su cabeza.
No, el gigante no era opción.
Eso dejaba a los vampiros. Miela no tenía del todo claro qué era un vampiro, y no le apetecía descubrirlo durante un trabajo.
Entonces, de todas las misiones, ninguna era perfecta, pero la menos exigente parecía ser la de buscar a gente que había desaparecido en el bosque. No tenían que matar a nada, necesariamente, sólo averiguar qué había pasado y marcharse. 20 piezas de oro no sonaban del todo mal para algo así.
Sin descruzar los brazos, Miela levantó uno, y la cabeza, mirando a Erdwan. "Bosque."