El hombre, después de escuchar a María, asiente con una expresión que mezcla aceptación y un alivio evidente.
"Órale, tienes razón. A lo mejor estoy haciendo un dramón de telenovela, ¿qué no? Mi jefa al final es chida, y lo de la cocina... pues, quién sabe, ¿no? Capaz que ese Ernesto le pasó un par de tips", dice, asintiendo.
Se ríe con ganas, como si al hacerlo, despejara las nubes de sus preocupaciones. "Creo que lo mejor será echar la plática con ellos, sin hacer todo un show. Si resulta que me está poniendo los cuernos, pues ni hablar, así es el rollo y que el Ernesto se quede con todo el tocino que ya me buscaré una pollita joven. Y si no, pues qué chido, ¿no? Que a veces uno se hace bolas solo."
Se levanta, aún sonriendo, mostrando una actitud más relajada. "Mil gracias, señorita. Ya veo las cosas más claras, como si me hubieras quitado los lentes oscuros. Y sabes qué, a lo mejor me animo a preparar yo los tacos al pastor. Así, si Ernesto le está dando clases de cocina a mi vieja, yo le doy una sorpresa con unos tacos que hasta al mismo Ernesto le daría envidia."
Hace una pausa, aún sonriente, y añade con un guiño cómplice: "Y si no aprendo, pues mínimo me echo unos buenos tacos, ¿no? ¡Todo gana!"
Con un gesto amistoso y agradecido, se despide de María y sale del lugar, dejando atrás sus sospechas y con un nuevo plan en mente, al menos por el momento. Su salida es ligera, como si un gran peso se hubiera levantado de sus hombros.
Tras irse, entra Eugenia con un sonrisa de oreja a oreja.
"No sé qué le dijiste, pero soltó buena lana. Sigue así, mija, y otra vez gracias a la virgencita de Guadalupe por ese don tuyo", dice, haciéndose la señal de la cruz.
Al cabo de un minuto, María percibe la presencia de alguien más entrando en la sala. Aunque no puede verlo, siente el cambio en el aire, la vibración de cada paso cuidadoso y pesado que se acerca. Un olor a tabaco viejo y cuero se mezcla con el ambiente, indicándole que el recién llegado es un hombre de edad avanzada.
Se sienta frente a ella con un suspiro que habla de años y cansancio. María siente su presencia con una claridad que trasciende la vista. Escucha su respiración, pausada y algo trabajosa, y el leve crujir de su ropa al acomodarse en la silla.
"Señorita," comienza el anciano con una voz que, a pesar de su fragilidad, lleva un tono de urgencia. Lo hace en inglés, con un fuerte acento mexicano. "Vengo porque estoy muy preocupado, y ya no sé a dónde más ir."
María inclina su cabeza ligeramente, indicando que está escuchando.
"Es sobre mi nieta," continúa el anciano, su voz tiembla un poco. "Ella se fue a Ciudad Juárez hace una semana para visitar a sus primos, y desde entonces, nadie sabe nada de ella. No hemos tenido ni una llamada, ni un mensaje... nada."
El hombre hace una pausa, y María puede percibir el temblor en su voz, el miedo subyacente en sus palabras. "Estoy desesperado, señorita. Ella es todo lo que tengo. ¿Cree que... podría ayudarme a saber algo de ella?"
La preocupación en su voz es palpable, y María se concentra en cada matiz, cada inflexión, entendiendo la angustia del abuelo sin necesidad de ver su rostro.