@sora63
La rutina matutina de Bailey Bruer es complicada, pero la tiene tan practicada que puede completarla sin pensar.
Despertarse mediante despertador, perro o padre (hoy le toca King saltando sobre la cama para lamerle la cara, y quitárselo de encima entre gritos porque sabe que es su padre quien se lo ha mandado arriba como un misil asesino); lavarse, peinarse y ponerse el maquillaje mínimo pero indispensable para estar guapa y que parezca que estaba igual al despertar; vestirse con su estilo particular (hoy vaqueros, zapatillas de deporte, chaqueta del equipo de atletismo, una abrigada bufanda y unos coquetos pendientes para las orejas); y al fin bajar a desayunar lo que su padre ha preparado. Resultan sorprendentes las habilidades que un hombre puede desarrollar cuando no lo deja todo en manos de la mujer, y Alan es todo un cocinillas.
Como mínimo no quema las tostadas ni derrama los cereales, que hace sólo unos meses ya era toda una muestra de superación personal.
A esto le sigue volver a su cuarto sin tropezarse con King, recoger su mochila, bajar, darle un beso a su padre en la mejilla y otro a King, salir de la casa y entrar en la caseta garage que guarda el coche de su padre... y el flamante y limpio descapotable Eclipse de 1999. Un coche de segunda mano perfecto para una adolescente rubia que quiere que parezca que vive la vida al límite.
Es rojo, por supuesto.
A esto le sigue sentarse en el coche, mirar atrás para asegurarse de que King no se ha colado otra vez para acompañarla al pueblo, tirarlo por la borda y despedirse otra vez de él... y ponerse las enormes gafas de sol de aviador, encender la radio, y subir la música a un nivel impropio de las horas que son.
Para cuando Bailey llega a casa de María, Bailey está en modo comerse el día, con una sonrisa de oreja a oreja. Esa sonrisa se acorta algo cuando ve que María no parece estar teniendo una buena mañana... ¿pero sabes qué?
Las rubias están para algo.
Bailey saca el brazo por la ventanilla y golpea la puerta de su coche (por si la música a toda hostia no fuera suficiente anuncio de su presencia), antes de gritar con una voz de actriz y un tono alegre y despreocupado. "¡Oye mamita! ¿Porqué no metes esas caderas en mi coche con un sensual ritmo latino, y vamos por ahí a divertirnos?"