Bailey Bruer
Llegando a Chez les Bruer @sora63 @PAL
Fiesta de Pijamas, 2 de octubre de 2023
Para quienes no están acostumbrados a ir en coche con Bailey, la experiencia puede resultar... desafiante.
Porque es su coche, son sus reglas, y eso significa que cada trayecto es como montarse en una cabina de karaoke.
De modo que al salir de Innisport, Bailey está cantando con toda la fuerza de sus pulmones, al tiempo que su coche toca música al máximo de su volumen. Por lo menos canta bien, y el paisaje es agradable: una pradera verde bajo un cielo limpio y estrellado, una brisa que mueve el cabello de las tres chicas, y buena música.
Podría ser mucho peor.
Unos minutos después de salir de la ciudad, Bailey da un giro para dejar la carretera y tomar un camino de gravilla que cruje bajo las ruedas de su coche de una forma agradable. La rubia aminora la marcha, y Milly pronto puede ver la casa de Bailey en... un parcial esplendor, dada la oscuridad.

Es una casa típica de las plantaciones de esclavos: opulenta para los estándares de la época, pero construida en madera de una manera que para hoy sería un poco... ¿demasiado clásica? Pero al fin y al cabo, es una mansión. Y además de ella, hay otros edificios: antes de llegar a la casa se pasa primero por un pequeño campo de cultivo junto al cual hay dos pequeños invernaderos. Dan la idea de que quien los utiliza no es un granjero a tiempo completo o incluso parcial, sino sólo alguien con un hobby. Después de los invernaderos, hay un garage de dos plazas, con dos puertas, en el que Bailey introduce su coche con bastante destreza y confianza.
Bailey apaga la música y el motor, saca las llaves, y después de que Milly y María salgan del garage, cierra la puerta.
Del garage a la casa hay un camino de apenas 30 metros. Una distancia muy corta, como demuestra un misil peludo blanco y negro que sale por la puerta principal de la casa y vuela a ras de suelo hacia las tres.
"Oh oh, aquí viene." Bailey comenta, sonriendo, al adelantarse unos pasos. El misil esquiva sus piernas derrapando, ladrando de alegría y sacudiendo una frondosa cola, pero se detiene cuando Bailey se arrodilla y le acaricia el lomo y el cuello con vigor.

"¡Éste es King!" Bailey explica, haciéndole carantoñas, dándole un beso en la frente al que el animal responde dándole un lametón en la nariz. La joven ríe, frotándose la nariz con la manga y poniéndose en pie, claramente más animada desde el instante en que ha visto a King acercarse. El perro es un Border Collier, obviamente joven y activo, y sus inteligentes ojos pasan de Bailey a sus invitadas. No parece poder decidirse por cuál le resulta más interesante, pero la presencia de Esclavo al lado de María claramente le infunde respeto, así que mientras Bailey toma de la mano a María con gentileza para guiarla hacia la casa, King va olisqueándole los zapatos y las piernas a Milly.
"Cuidado, ahora escalones." Bailey ayuda a María a llegar hasta la puerta, y las tres chicas entran en el vestíbulo de la casa.
El interior de la mansión es de parqué, y está muy limpia. Lamparitas a intervalos regulares en las paredes iluminan el pasillo con una luz eléctrica suave y hogareña, de tono dorado. Todo el diseño es clásico, de época, al menos en principio. Se accede al parqué subiendo un escalón más, y frente a ese escalón aguardan un par de armaritos y otro par de perchas, y lo más importante: tres pares de zapatillas de andar por casa. Dos son oscuros, sin adornos, claramente para invitados. El tercer par, que es el que se pone Bailey tras quitarse sus deportivas, son... muy obviamente para ella, a juzgar por su descripción: rosadas, súper mullidas, y con una carita de conejo bordada en cada una, incluyendo dos orejas que sobresalen.
A Bailey no parece avergonzarle en absoluto su diseño.
"¡Bienvenidas a Casa Bruer! Aquí tenéis zapatillas para andar por casa." Bailey parece ahora tan animada como siempre para María. Con sutileza, la atleta pone sus manos sobre la cintura de su amiga invidente y la coloca con exactitud delante de su par de zapatillas correspondiente. Entonces, se ocupa de las suyas propias, y una vez está de pie sobre el parqué de la casa, sus pies embutidos en sus... agradables... pantuflas, da una voz suave pero sonora. "¡Papá, ya estamos en casa! ¡Ven que conozcas a mis amigas!"