Bailey Bruer
Chez les Bruer @sora63 @PAL
Fiesta de Pijamas, 2 de octubre de 2023
En raras ocasiones, Bailey quedaba tan... desbordada por las emociones y la confusión, que llegaba a una especie de momento de extraña serenidad. Como si todas sus preocupaciones fueran pequeñas criaturitas multicolor que se ven empujadas a través de una puerta para pasar todas a la vez, pero son tantas que quedan atoradas. Entonces, en lugar de que alguna la superara, sencillamente el hecho de que ninguna pudiera imponerse la llevaba a un estado de calma zen que la permitía tomar, por fin, una decisión.
Y sabía lo que le pedía el cuerpo.
"Milly, las bandejas de ese armario de ahí." Bailey dice con una voz firme pero tranquila, como de abadesa en un convento, señalando uno de los armarios de la cocina. "María, los perros. Llámalos y llévalos arriba. Si Esclavo se sabe controlar, puede quedarse con nosotras, pero si va a saltar sobre la comida tendrá que quedarse fuera de mi habitación."
Una vez dadas las órdenes, Bailey empieza a reunir la fuente con los macarrones, los platos y la cubertería. Al llegar Milly con las bandejas, la rubia los distribuye, y entre las dos suben arriba, donde las espera María.
Las escaleras de caracol de la casa son algo angostas para pasar con dos bandejas cargadas, pero Bailey va con calma y se las conoce, y además va por delante de Milly. Sin problema alguno, Bailey avanza hasta una habitación en el largo pasillo que discurre en dirección norte-sur, y que divide el segundo piso de la casa. Entonces, pide a María que abra la puerta.
La habitación de Bailey es toda una experiencia para ojos humanos.
Al abrir, Milly puede ver que el parqué y las paredes blancas se corresponden con la casa. Una pared cierra la vista a la derecha inmediatamente, y las chicas entran hacia la izquierda, o dicho de otra forma hacia el norte.
El centro de la habitación está dominado por una absurdamente espesa y mullida alfombra rosa cuadrada. Es como si alguien hubiera cazado y despellejado a un monstruo de programa educativo para niños y hubiera colocado sus despojos sobre el suelo. Sobre la alfombra hay una mesa ovalada, blanca, que parece como de Ikea y sobre la que podría tumbarse cualquiera de las chicas.
Al norte de la alfombra está la cama de Bailey. La cama en cuestión es lo bastante grande para que duerman cinco personas en ella cómodamente, lo que hace pensar que una fiesta de pijamas ya estaba en sus planes. Eso, o una carrera en películas de cierta categoría muy interesante para los varones, pero del tipo particularmente caro. Con un plumón rosa, no desentona con la alfombra ni en color, ni en comodidad. Las almohadas y cojines, en distintas combinaciones de blancos, rosas y negros, dominan la cabeza de la cama. Está claro que a Bailey le gusta tener dónde elegir a la hora de reposar la cabeza, o abrazarse a algo mientras duerme. O eso, o se remueve tanto mientras duerme que necesita estar rodeada de obstáculos para no acabar en el suelo.
En el lado este se encuentra un auténtico ventanal que da a la terraza exterior de la casa que rodea el segundo piso. Afuera pueden verse una mesita redonda y dos sillas, pero antes de salir afuera, dentro de la habitación, pueden verse una serie de cosas. En la esquina noreste, a la altura del cabezal de la cama, hay una mesa blanca con un televisor smart enorme y un reproductor de DVDs. Hacia la altura de los pies de la cama hay una mesa escritorio de madera clara, con un ordenador de los de siempre (monitor, torre, teclado y ratón sobre una alfombrilla), una pequeña estantería típica de una oficina, y un sillón de oficina de piel beige de aspecto muy cómodo. El ordenador no parece nada especial: ni Bailey ni Alan son, después de todo, el tipo de personas que parezcan obsesionadas con lo último en tecnología. Detrás de la mesa, la pared está cubierta de pósters de grupos de música y algunas pegatinas coloridas de distintos diseños, aunque la purpurina parece dominar la mayoría.
A partir de ahí, dejando aparte el espacio necesario para salir al balcón y extendiéndose por la pared sur, hay un batallón de criaturas de peluche de todas las formas, tamaños y colores.
Un coleccionista de peluches principiante organizaría los peluches de alguna forma: por tamaños, por formas, temática o colores.
Bailey claramente NO es una coleccionista principiante.
Los peluches están colocados de maneras aparentemente caóticas para el ojo ignorante, pero un experto se daría cuenta rápidamente de que cada peluche ha sido puesto de manera que el conjunto quede natural y carismático. Algunas sillas de distintos diseños y tamaños y un pequeño diván rojo sirven de plataformas para los animalillos o monstruitos de la colección. En total, a ojo de buen cubero, debe haber un centenar y pico de peluches, y la colección la dominan un oso, un tigre y un elefante que tienen el tamaño de un hombre adulto. Algunos de los peluches llevan ropa puesta.
(tirad percepción)
Bailey ha posteado más de una vez en las redes sociales una foto de sus peluches. Incluso de alguno de los gigantes. Pero jamás de semejante colección.
Ah, y a la izquierda de la cama hay un armario enorme que recorre casi toda la pared y está adornado con tiras rosas por los vértices y costados, y un espejo de cuerpo completo de soporte dorado.
Bailey pasa al interior y deja las bandeas que lleva sobre la mesa. King la sigue al interior y se sienta al borde de la alfombra, haciendo como que no le interesa la comida, y fracasando porque no puede dejar de echar vistazos de soslayo en su dirección.