Rachel
Cindy se aleja, desapareciendo lentamente bajo la intensa nevada. Rachel permanece en el mismo lugar, aguardando a Pete, quien había respondido afirmativamente a su mensaje. Rodeada por la soledad de aquel paraje olvidado, al borde del espeso bosque de Campbelltown, siente una presencia, como si sombras nocturnas emergieran de los rincones más oscuros de su mente. Aunque sabe que es solo su imaginación, no puede evitar sentir que esa sensación podría volverse real en cualquier momento. "Cerrar las puertas y ventanas al oeste", se recuerda a sí misma, sin comprender del todo la relevancia de la orientación, pero a estas alturas, cualquier precaución le parece razonable.
De pronto, bajo la luz de la luna, entre la niebla helada, distingue una figura familiar. A unos metros, ese extraño coyote que vio en la cima de la colina donde su padre le dejó su diario, la observa. Sus ojos parecen transmitirle un mensaje de tranquilidad, como si le aseguraran que todo irá bien, que él siempre estará a su lado para protegerla.
El sonido de la moto de Pete rompe el encanto del momento, y Rachel gira su cabeza hacia él. Pete se acerca rápidamente desde Campbelltown, y en solo un instante, cuando Rachel vuelve a mirar hacia donde estaba el coyote, este ha desaparecido. Como un espectro que viene y va, se esfuma entre la bruma, dejándola con la certeza de que sus caminos se cruzarán de nuevo.
Pete se detiene frente a ella con un derrape teatral, levanta el visor de su casco y la mira con los ojos de quien ha visto aquello que más quiere. "¿Qué hace una chica como tú en un lugar como éste?", bromea, notando su aspecto cansado y muerta de frío.
"Vamos, sube, que vas a coger una pulmonía", dice, pasándole el casco. Pete siempre había tenido esa habilidad, estar cerca y escuchar sin preguntar, sin invadir su espacio. A pesar de sus errores pasados y su flirteo con ideas peligrosas, había demostrado ser un buen amigo. Además, había prometido cambiar.