Bailey
El primer objeto que capta su atención es un enorme cuadro impresionista, llamativo y lleno de vida, que retrata un amanecer en el Kilimanjaro. Los tonos naranjas y rosas del cielo se mezclan hábilmente con el contorno oscuro de la montaña, transmitiendo una sensación de inmensidad y belleza natural.
A su lado, una máscara ritual zulú de madera cuelga de la pared. Tallada a mano, su expresión fiera y los detallados patrones tribales hablan de tradiciones antiguas y ceremonias ancestrales de comunión con los espíritus.
En una mesa pequeña, Bailey encuentra una roca volcánica dentro de un cuenco de cerámica. La textura rugosa de la piedra contrasta con la suavidad del cuenco, un recordatorio de la poderosa energía de la tierra.
La luz de la habitación se refleja en una bellísima copa de cristal de Bohemia azulada, colocada con cuidado en una repisa. Su color y claridad capturan la esencia del agua y el cielo, creando un juego de luces que hipnotiza a Bailey por un momento.
Justo al lado, descubre una pequeña estatua de bronce que representa a Anubis, el dios egipcio de la muerte. La figura, de curvas simples, pero bien trabajada, parece guardar los secretos de una civilización antigua.
Sobre una mesa de centro, se exhibe una esfera armilar antigua, sus anillos y esferas entrelazadas evocando la complejidad del universo y el ingenio humano para comprenderlo.
En una esquina, Bailey se topa con un conjunto de flechas tribales, cada una con su diseño único, montadas elegantemente en un soporte de madera. Estas armas, ahora silenciosas, la llevan a pensar en historias de caza y supervivencia.
Por último, su mirada se posa en un antiguo libro de mapas, abierto en una página que muestra cartografías de los islotes alrededor de Innisport, lo que la lleva a acordarse del simpático marinero que había conocido esa misma mañana.