A principios de la tarde, la bruma se enreda sobre las aguas heladas mientras el esquife abandona el puerto de Innisport. El temporal de nieve que había asolado la región la noche anterior ha transformado el paisaje en un espectáculo fantasmagórico, con las estructuras del puerto cubiertas por un fino velo de hielo que refleja la luz tenue del sol de ese invierno prematuro.
Mo, con su rostro endurecido por el frío, dirige la pequeña embarcación a través de las escasas brazas que los separan del islote de Dunhill. A medida que avanzan, la bruma se cierra tras ellos, tragando los últimos vestigios del pueblo costero y envolviéndolos en un silencio sobrenatural. Solo se escucha el ocasional crujido del casco del esquife y el murmullo sordo de las olas que lamen con pereza los costados de la embarcación.
Pronto, la silueta de la vieja casa gris se perfila a través de la niebla. La mansión, de aproximadamente dos siglos de antigüedad, se erige como un monolito solitario contra el cielo plomizo. Una vez hogar de una familia próspera, cuyo linaje se perdió en las brumas del tiempo, la estructura parece consumida por la desolación, sus ventanas como ojos vacíos que miran hacia el mar embravecido.
A medida que se acercan al islote, la atmósfera se torna aún más densa y pesada. Mo siente una mezcla de respeto y recelo por la antigua residencia que se levanta ante ellos, oculta parcialmente por la niebla y los recuerdos de aquellos que una vez caminaron por sus salones ahora silenciosos. El pasado de la mansión susurra con el viento, un eco de grandeza y tragedia entrelazados con el destino de quienes no pueden dejar sus sombras atrás.
Al acercarse al embarcadero del islote de Dunhill, Elijah se da cuenta de que no hay otro bote a la vista, un claro indicio de que el dueño de la Casa Gris podría no estar presente. Con destreza, Mo amarra el esquife, asegurándose de que quede bien fijado ante la posibilidad de que la bruma se condense en una niebla más espesa o que el viento arrecie de nuevo. Al terminar se frota las manos para generar algo de calor y, con una media sonrisa irónica, se vuelve hacia Elijah. En un tono burlón y un tanto sarcástico, comenta:
"Vaya, parece que el señor de la mansión ha decidido hacerse a la mar, o quizás se ha evaporado con la neblina". Se encoge de hombros, claramente no demasiado preocupado por la ausencia del anfitrión. Luego, asintiendo hacia la dirección de la ominosa casa gris, añade: "De todos modos, yo me quedaré aquí cuidando el esquife. Anda, ve y prueba suerte si te animas. Quién sabe, quizás encuentres algo que te ayude en tu camino".