En el Bosque
Por desgracia, el huevo de oro está completamente hecho de esa extraña miel dorada, y se va disolviendo en el agua. Jackie se atreve a tomar en su mano un poco, y lo único que consigue es... experimentar un calorcito muy agradable en la mano que le pasa por el brazo hasta llegarle al codo. Más allá, ya pierde su fuerza.
Tumbada junto al huargo, Bailey baja la cabeza y se deja lamer el rostro primero por el monstruo, y luego por Esclavo, el perro de María. Bailey pestañea, sus párpados ocultando brevemente sus tremendos ojazos azules, que parecen contener una galaxia. Extrañamente, no le importa que le laman la cara. O... que María le palpe la cabeza. Aunque la verdad es que a la joven empieza a preocuparle mucho todo lo que siente. En su cuerpo. Es consciente de que ya no tiene forma humana, y lo cierto es que tiene miedo de mirarse a sí misma. Por eso, reposa la cabeza contra el pecho de María, y deja que el latir del corazón de su amiga la calme un poco.
El huargo, mientras tanto, se levanta. Sin embargo, lo hace con una cierta debilidad. Le cuesta mantenerse en pie...
... lo cual es un problema porque el grupo está en medio de un puñetero bosque, y quedan como mucho dos o tres horas de luz.
"Éste es King, por cierto... no sé si es obvio." La voz de Bailey vuelve a resonar en las cabezas de aquellos a quienes puede ver delante de sí misma. Entonces, el unicornio trata de levantarse, pero lo hace con mucho esfuerzo y resoplando para acabar irguiéndose sobre unas patas que tiemblan un poco por la falta de energía. "Yo... no sé si voy a poder moverme de aquí. No tengo energías, y no me podéis llevar..."
Durante los siguientes minutos, el grupo baraja opciones hasta que una solución aparece literalmente de entre los árboles.
"¡Saludos, amigos! ¿Necesitáis ayuda?"
Naturalmente, el grupo sospecha del desconocido y de los cuatro hombres que lo siguen, temiendo que sea un bandido... pero los hombres son un viejo, un hombre de armas, un muchacho que no tiene otro armamento que una pala poco afilada, y un señor algo regordete con un bastón de madera bien largo. No son lo que se dice una tropa, y el recién llegado explica el porqué mientras guía al grupo lejos de la charca.
El hombre se llama Thorian, y es tan alegre como su nombre indica. Explica que viajaba con una pequeña caravana de comerciantes y campesinos cuando oyó lo que parecía ser un combate. Logró reunir a unas pocas almas valientes para investigar, y... bueno, el resto es historia. Erdwan rápidamente lo tiene calado como a un bardo, y efectivamente, el tal Thorian porta un instrumento... y lo más importante, una bolsa con medicinas naturales.
Ayudados entre todos, King y Bailey logran alcanzar la caravana antes de caer derrengados. Son unos cinco carros y dos docenas de personas entre hombres de armas que los protegen, cocheros y pasajeros. Thorian, jovial y conciliador, logra convencer a un par de cocheros para que hagan sitio en sus carros, y King y Bailey suben a ellos. King trata de mantenerse despierto y alerta, aunque sólo lo logra a ratos, mientras que Bailey cae dormida casi al instante, lo que le facilita examinarla primero a ella, y luego a King. El... ahora huargo recela un poco de Thorian, apartando la cabeza de él como lo haría un perro cuando éste acerca unos ungüentos un tanto olorosos, pero tampoco se resiste con violencia, y el bardo le aplica un par de medicinas donde tenía las heridas. Por si acaso, afirma Thorian, porque la verdad es que las heridas ya no parecen estar ahí. "De no ser porque vosotros me lo habéis dicho, y porque he visto los proyectiles, no creería que le han asestado dos tiros..."
Ya es de noche cerrada cuando la caravana llega, al fin, al Cerdo Combatiente. Brillan luces en las ventanas, los mercenarios que la frecuentan gritan y cantan en su interior, o vomitan junto a una pared por fuera...