Milly
Milly avanza con seguridad, su mirada paseándose por cada rincón de "La Rosa del Amanecer". Los detalles de la decoración parecen susurrar exclusividad en cada centímetro: cortinas de terciopelo rojo con ribetes dorados, lámparas de cristal que proyectan un brillo cálido y sensual, y una suave música de laúd que se mezcla con las conversaciones discretas de los clientes y las risas contenidas de las acompañantes.
Observa a los clientes, algunos reclinados en sillones de cuero oscuro mientras susurran a las cortesanas, otras en grupos pequeños en torno a mesas bajas. También toma nota de las empleadas: mujeres y hombres que se mueven con una gracia casi teatral, siempre atentos a las necesidades de sus acompañantes. Milly no pierde la oportunidad de estudiar sus gestos y expresiones, trazando mentalmente el tipo de ambiente que podría esperar de su prueba.
Al llegar al segundo piso, los sonidos del bullicio se atenúan. Las alfombras suaves bajo sus pies amortiguan cada paso, y las puertas de madera pulida que bordean el pasillo parecen guardar secretos tras sus cerraduras. Entonces lo ve: un pomo de oro esculpido en forma de una intrincada rosa, tan detallado que casi puede imaginar las espinas del tallo. Milly respira hondo, ajusta su postura para irradiar confianza y gira el pomo. La puerta se abre con un suave chirrido.
La escena en el interior es... extravagante, por decirlo suavemente. Un hombre corpulento, vestido con una toga de seda que apenas cubre su vientre prominente, está reclinado en un diván tapizado en terciopelo púrpura. Lleva una corona de laureles dorados ladeada en su cabeza, como si hubiera estado imitando a algún emperador decadente. Su rostro, enrojecido tanto por el calor de la habitación como por el exceso de vino, se ilumina al ver a Milly.
Junto a él, una mujer joven y hermosa con el torso desnudo está inclinada, sosteniendo un racimo de uvas que el hombre toma entre risas mientras recita algo que suena a poesía amorosa, aunque sin demasiado talento. La habitación está impregnada de un perfume intenso, dulce y especiado, que parece envolver la escena en un aire de extrañeza sensorial. Velas altas arden en candelabros de bronce, proyectando sombras largas en las paredes decoradas con tapices de escenas mitológicas.
El hombre interrumpe su parloteo al notar la presencia de Milly. Su sonrisa se ensancha, mostrando dientes algo amarillentos. “Ah, encantadora,” dice con voz profunda y teatral. “Luna, querida, cúbrete. Creo que la conversación y una copa de buen vino serán más apropiadas para esta nueva compañía.”
Luna, obediente y silenciosa, recoge una túnica ligera de un taburete cercano y se la pone con rapidez, mientras el hombre se incorpora ligeramente en el diván, indicando a Milly que se acerque con un gesto grandilocuente. “Ven, mi musa inesperada. Veamos si esta noche me traes inspiración.”