Milly
El posadero parpadea, desconcertado, con la mano aún aferrada al jarro que limpia con movimientos automáticos. Su ceño se frunce un instante, pero la confusión se disipa en cuanto su mirada, casi por instinto, baja a los pechos de Milly.
Traga saliva. Intenta apartar los ojos con rapidez, pero ya es tarde. Se rasca la nuca con torpeza, desviando la vista hacia los toneles, aunque su atención sigue dispersa.
“Supongo… supongo que podría guardarte una bolsa de vez en cuando.”
Su voz suena más baja de lo habitual, con una vacilación que delata su nerviosismo. Se aclara la garganta, cuadrando los hombros como si eso compensara su momentáneo titubeo.
“Para… el huargo.”
Aprieta el paño con el que limpia el jarro, refugiándose en la tarea como si fuera lo único que mantiene su dignidad intacta.
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Milly observa los mapas extendidos sobre la mesa, pergaminos amarillentos cubiertos de líneas que serpentean como si intentaran contar un secreto oscuro. Las rutas rojas marcan movimientos previstos, trayectos que las víctimas probablemente seguirían sin sospechar. Las líneas azules, en cambio, son precisas, diseñadas para interceptar en los puntos ciegos más efectivos.
En las esquinas del mapa hay palabras escritas con mano firme, cada una acompañada de un símbolo simple. Milly las lee con el ceño fruncido:
“Colmena.” La línea roja alrededor de este símbolo parece casi burlona, marcando trayectos sociales, eventos concurridos. A su lado, una nota: “Siguen el ruido. Se mueven donde hay luz. Invierten dinero fácilmente.”
Milly deja que sus dedos repasen el símbolo. Un grupo que se mueve en comunidad, atraído por el bullicio y el poder de la influencia social. La respuesta le llega en un susurro mental: los Longbottom. Su riqueza y carisma los convierten en el centro de cualquier reunión, y como una colmena, dependen de su número y conexiones para mantener su poder.
“Lienzo.” Aquí las rutas son más dispersas, más cautelosas. “Un trazo cuidadoso para no manchar. Se atraen con paciencia, se retienen con sutileza.”
Los Lavellan, sin duda. Patrones de artistas, negociadores silenciosos que prefieren trazar sus movimientos con la misma precisión que un pintor en un lienzo. No se precipitan, no arriesgan, pero cuando algo los interesa, lo envuelven con elegancia hasta hacerlo suyo.
“Torre.” Las líneas azules evitan este símbolo. Incluso las notas a su lado son más breves: “Evitar enfrentamiento directo. Demasiado peligroso para escalar sin riesgo.”
Milly exhala lentamente. Los Vaeltharyn. Magos y eruditos, siempre encerrados en su mundo de secretos arcanos. La advertencia tiene sentido: enfrentarse a ellos directamente es un riesgo innecesario.
Su mirada regresa al mapa, y entonces lo ve con nuevos ojos. Algunos de los puntos señalados son ubicaciones clave. El trazo rojo que sigue la “colmena” conduce a la mansión de los Longbottom, mientras que una marca discreta en el centro señala el edificio del Consejo de la Ciudad, donde los Lavellan extienden su influencia. Y en el margen del mapa, cerca de las afueras que llevan a la “torre”, se encuentra un viejo edificio marcado con una anotación más descuidada: el antiguo gremio de aventureros de los Vaeltharyn, ahora abandonado.
Milly traga saliva. Este no es solo un esquema de vigilancia o una estrategia de movimiento. Es un plan. Alguien ha estado estudiando los engranajes de Daggerford, identificando puntos débiles y oportunidades.
Y ahora, ella también los conoce.