Todos
El mismo sirviente de antes entra en la sala, llevando una bandeja vacía que probablemente esperaba llenar con los platos usados. Sin embargo, lo que encuentra le detiene en seco. Sus ojos se posan primero en el sofá de terciopelo, donde manchas de crema y migas de pastel parecen haber establecido su propio territorio. Luego, su mirada se dirige hacia Pizz, cómodamente hundido en el mismo sofá, con las piernas colgando y una expresión de absoluta satisfacción.
El sirviente no dice nada. Sus labios se tensan en una fina línea mientras su gesto se tuerce con una mezcla de disgusto contenido y resignación. Parece que está librando una batalla interna para no expresar lo que realmente piensa. Finalmente, se recompone, ajustando la postura como si ignorar el desastre fuera la mejor opción.
Se dirige hacia Vaughn, inclinando la cabeza con cortesía. “El capitán de la guardia le espera, señor. Solicita su presencia de inmediato.”
Vaughn asiente, levantándose sin prisa pero con firmeza. “Entendido. Voy en seguida.” Mira al resto del grupo y añade: “Coged vuestras cosas y dejad la carreta frente al edificio. Después me ocuparé de las mías.”
El sirviente espera a que Vaughn se marche antes de volver su atención al resto del grupo. Su tono es impecablemente educado, aunque algo en su mirada traiciona un deseo urgente de verles fuera de la hacienda.
“Señoras y señores, su presencia ya no es requerida en esta casa. Les agradeceríamos que se retiraran cuando estén listos. Si necesitan algo más, pueden dirigirse al portón principal. Que tengan un buen día.”
Sin añadir más, el sirviente hace una pequeña reverencia, sus ojos esquivando cuidadosamente el sofá mancillado y la figura de Pizz, y se retira con pasos medidos, dejando claro que su paciencia está al límite.
Thorian observa al sirviente con los ojos entrecerrados, captando perfectamente el mensaje tras sus educadas palabras. Su gesto se tuerce con una mezcla de disgusto y resignación, un leve gruñido apenas audible escapa de su garganta. No dice nada al respecto, pero su expresión lo deja claro: no le gusta que le echen, y menos con buenas palabras.
Se da la vuelta con un movimiento brusco y avanza hacia los jardines, empujando la puerta con algo más de fuerza de la necesaria. Antes de cruzarla, se detiene un momento, girándose para mirar al grupo.
“Tenemos que encontrar alojamiento,” dice en un tono seco, aunque no exento de cierta autoridad. “La posada de las afueras es cara, y dudo mucho que nos quieran rondando indefinidamente entre nobleza. Y menos de gratis. Mucho es que cuiden de Milly a cambio de nada.”
Con una última mirada hacia el interior de la mansión, como si desafiara al vacío, añade: “Sé dónde está el templo de Lathander. Podemos ir antes o después de encontrar alojamiento, pero no quiero dejar a Milly en ese estado más tiempo del necesario. Aunque necesitaremos el anillo si queremos que suelten el cobre.”
Sin esperar respuesta, cruza el umbral hacia el jardín. Su paso es firme, pero la rigidez de sus hombros traiciona su incomodidad, como si el aire fresco no fuera suficiente para despejar su molestia.