Todos menos Bailey y Ronan
El sacerdote parpadea, su expresión aburrida cambiando ligeramente al ver la gravedad de la situación. Tras un momento de duda, empuja la puerta lo suficiente para dejarlos entrar. “Está bien, pasad. Pero con cuidado,” dice, con una mezcla de resignación y nerviosismo.
El grupo entra en un amplio vestíbulo que se abre hacia una sala principal. La iluminación proviene de candelabros colgantes que proyectan una luz cálida y parpadeante, insuficiente para llenar la inmensidad del espacio. El suelo está cubierto de losas de piedra pulida, dispuestas en patrones radiales que convergen hacia el altar central, donde una gran estatua de Lathander se alza majestuosa. El dios, representado con una expresión de esperanza, sostiene un disco solar entre sus manos, símbolo del amanecer y la renovación.
A los lados del templo, vitrales coloridos muestran escenas de luz triunfando sobre la oscuridad, aunque la penumbra de la noche apaga sus colores. Cerca del altar, un área discreta está dedicada a la curación, marcada por símbolos de Lathander grabados en un arco que la separa del resto del templo. Camas simples con sábanas limpias y almohadas gastadas están dispuestas en filas, con jarras de agua y cuencos ceremoniales al alcance.
El sacerdote los guía hacia la zona de curación, su paso apresurado aunque conservando cierto aire rutinario. Sin embargo, al llegar, se detiene de repente y los observa con un brillo en los ojos.
“Ya sé quiénes sois,” dice, monotonamente. “Un emisario de Lord Cedric me habló de vosotros.” Señala la cama, donde la luz de una vela perpetua brilla con un resplandor cálido y constante. “El ritual no puede hacerse esta noche, pero dejadme verla. ¿Cómo se llama?”
El grupo, con cuidado, coloca a Milly sobre la cama, asegurándose de no empeorar su estado. El sacerdote se acerca, su mirada recorriendo a la joven con atención.
“Uno o dos de vosotros podéis quedaros, pero no más. Tanta gente alrededor no es bueno para ella,” añade con un tono firme, haciendo un gesto hacia el resto del grupo. “El resto, fuera. Necesita tranquilidad.”
Mientras Thorian, Primrose y Timo se retiran con pasos lentos, se les abre la vista de otra zona del templo: una sala de estudio decorada con tapices que representan árboles frondosos, como avellanos y almendros. Bajo las sombras tejidas de los tapices, unas pocas personas estudian en silencio, sus mesas cubiertas de libros y pergaminos. Algunos mastican frutos secos distraídamente mientras sus miradas recorren páginas llenas de notas, como si la serenidad del entorno los conectara directamente con la esencia del amanecer.
De vuelta en la zona de curación, el sacerdote prepara hierbas y ungüentos en una mesa sencilla junto a la cama de Milly. “Lathander guía nuestras manos, incluso en la oscuridad,” murmura, su voz casi un rezo mientras comienza su labor.