Rachel
Thorian desata a Hollin, sus movimientos precisos y silenciosos en la oscuridad. Con un rápido vistazo al patio interior del templo de Lathander, elige un rincón discreto junto a unas columnas desgastadas donde deja la carreta medio escondida. Se monta con agilidad, el crujido de la montura apenas audible en la quietud de la noche.
Rachel hace lo propio con Valiente, montándola con facilidad. Sus miradas se cruzan brevemente antes de que ambos dirijan a sus monturas hacia las callejuelas adyacentes.
Bajo el amparo de las sombras, cabalgan en silencio a través de las estrechas y serpenteantes calles de Daggerford, sus pasos amortiguados por el terreno irregular. Los faroles colgantes, dispersos y tenues, proyectan destellos intermitentes sobre sus figuras mientras avanzan. El aire nocturno es frío, cargado con el olor de la piedra húmeda y el río cercano.
Finalmente, se detienen en las cercanías de un montículo que asciende hacia lo que parece ser uno de los torreones exteriores de la fortaleza de la ciudad. Las escaleras, gastadas y cubiertas de musgo en algunas partes, se alzan hacia la estructura, iluminadas solo por la pálida luz de la luna.
Thorian desmonta con cuidado, guiando a Hollin hacia unos arbustos densos que bordean el camino. Con un nudo rápido y efectivo, asegura al caballo, sus manos moviéndose con confianza. Luego ayuda a Rachel a hacer lo mismo con Valiente, su expresión más seria de lo habitual.
“¿Estás segura?” pregunta finalmente, su voz baja pero clara en la quietud de la noche. Sus ojos buscan los de Rachel, evaluando su determinación. “Puede que haya guardias. Podríamos morir,” termina, sonriendo.