Bailey, Ronan y María
Arwyn despliega la carta sin mostrar urgencia ni expectativa. Sus ojos recorren la caligrafía con la naturalidad de quien lleva siglos recibiendo correspondencia de magos viejos y preocupados. Su expresión no cambia, como si estuviera leyendo un informe sobre la lluvia de la semana.
Entonces, sin alzar la vista, empieza a leer en voz alta, no como quien informa, sino como quien reflexiona para sí misma:
"He visto con mis propios ojos lo que ha sido del muchacho. Vino al Callejón de las Linternas a mi encuentro, deseando mi consejo, mas encontré en su mirada algo que no me pertenecía. Algo nuevo. Algo que me preocupa."
Su tono sigue siendo plano, ausente. Su único gesto es un leve golpeteo de los dedos sobre el pergamino, siguiendo el ritmo de su propia lectura.
"La guerra nos cambia a todos, mas en él veo un reflejo más profundo. El idealismo que tanto le enaltecía es ahora ceniza, y en su lugar, una nueva llama arde en su pecho: la ambición. No una ambición pueril, ni desmedida, sino de la clase que talla imperios y arrastra linajes a su ruina."
Aquí, su ceja se arquea apenas, un gesto minúsculo que solo alguien realmente atento podría notar. Sin embargo, sigue adelante sin detenerse.
"No viajaba solo. A su sombra caminan los ecos de historias aún no contadas: un bardo que teje realidades con su lengua, una asesina de oídos agudos y manos silenciosas, y un guerrero, su peón, que mueve su acero según la voluntad de otro. No me gusta lo que vi. No me gusta lo que sugieren."
La carta cruje entre sus dedos cuando la mueve con un gesto pausado, su voz descendiendo ligeramente.
"Tienes que hacer algo antes de que el destino de la Casa Vaeltharyn quede sellado por una guerra que no es suya. Deja que lo viejo caiga en su propio ocaso: mi viejo pupilo, Eryndor, y sus maquinaciones no merecen tu atención. Hay otro fuego que apagar, otra sombra que enfrentar. Confrontad al Lucero del Alba, antes de que sea demasiado tarde."
El silencio en la sala se prolonga unos instantes tras sus últimas palabras. Arwyn no habla de inmediato, simplemente observa el pergamino, como si las palabras de Varl aún resonaran en el aire.
Finalmente, con una calma glacial, dobla la carta y la deja sobre la mesa más cercana.
"Aurian…" susurra, con un matiz de ternura apenas perceptible en su voz. "Siempre tan previsor, siempre tan dispuesto a cargar con el peso del mundo… y a recordarme que yo debería hacer lo mismo."
Su sonrisa es leve, casi melancólica, mientras desliza los dedos sobre el papel una última vez antes de apartarse.
"Qué haría sin él."
Finalmente, sus ojos violáceos se alzan hacia los recién llegados. Durante un largo instante, los observa con la serenidad de quien ha vivido mucho y ha visto aún más.
"Decidme… ¿vosotros tenéis a alguien a quien amáis?"