Milly lanza su saludo con ligereza, pero su entusiasmo no obtiene la respuesta esperada.
Los campesinos la observan con recelo, sin apenas detenerse. Uno de ellos niega con la mano, y otro aparta la mirada, acelerando el paso como si con ello pudiera deshacerse de la conversación.
Pero entonces, el más pequeño del grupo, un niño de apenas dos o tres años, señala a Pizz con su dedito rechoncho y exclama:
"¡Mamá, miraaa! ¡Un duende-cabra!"
El goblin parpadea, sorprendido por la ocurrencia.
El padre se apresura a corregirlo.
"No es un duende-cabra, Thomas."
La madre interviene, con paciencia.
"No, hijo, eso no existe."
El hermano mayor rueda los ojos.
"Ya te dije que los duendes-cabra son cuentos para niños pequeños, Thomas."
Pero el niño se cruza de brazos y frunce el ceño.
"¡Es un duende-cabra, sí sí sí!"
Pizz resopla, cruzándose de brazos.
Los padres se miran entre ellos, incómodos.
Para desviar la conversación, el hijo mayor, que parece más dispuesto a hablar, se adelanta y responde la pregunta de Milly con emoción, como si estuviera narrando una epopeya.
"¡La Espada de la Tempestad ganó el duelo! Kildare amputó una mano al joven Eurico y, dicen, estaba listo para rematarlo, ¡en contra de las reglas! Pero los Morclade no lo iban a permitir. Se alzaron los arqueros, preparados para dispararle si se atrevía a desobedecer las leyes. Y aun así, Kildare no se apartó… parecía buscar algo en las gradas. Algo que nunca encontró. Al final, se marchó, victorioso, pero no parecía contento."
Toma aire y prosigue con la misma intensidad.
"Liara Morclade fue hallada mendaz por juicio divino. Conforme a la ley, ha de ser entregada al clero de Lathander, Sune, u otra orden piadosa que enmiende su falta y guíe su alma en servicio a los dioses."
Hace una pausa, con los ojos brillando de emoción.
"Mas no es todo, que corren murmullos de que en la fortaleza de Lady Morwen hubo hurto de gran gravedad…"
Pero su padre lo interrumpe de inmediato.
"Basta de chismes."
Dirige a Milly y Pizz una mirada severa.
"Rogamos nos dejéis proseguir nuestro camino. No es de buen juicio que una familia sea importunada con tales habladurías."
El joven baja la cabeza, algo avergonzado, pero antes de que se vayan, lanza una última advertencia.
"Si pensáis entrar en la ciudad, lo tendréis difícil. Nadie entra ni sale sin salvoconducto o escrito sellado que dé fe de su propósito dentro de los muros."
Dicho esto, los campesinos reanudan su marcha, dejando a Milly y Pizz con más preguntas que respuestas.