Pizz avanza campo a través, cruzando prados salpicados de cantos rodados y hierba alta, hasta alcanzar el camino de tierra batida que lleva a la puerta septentrional de Daggerford. A lo lejos, las murallas de piedra se alzan severas contra el cielo, con sus almenas pobladas de siluetas de soldados y estandartes que ondean con pereza. El sol ya ha cruzado el cenit, y el aire pesa como un manto de lana húmedo.
A medida que se acerca, el goblin observa el ajetreo de la entrada: mercaderes, peregrinos, labriegos con carretas, monjes, criados de casas nobles y todo tipo de viajeros se agolpan para entrar o salir. Pero hoy el control es distinto. Más tenso. Más lento. Más vigilado.
Varios paladines del Puño Llameante, ataviados con armaduras relucientes y capas blancas, se han apostado junto a los guardias locales, supervisando los interrogatorios y comprobando pergaminos con sellos y documentos de tránsito. La escena tiene el aire rígido de una inspección militar, con nombres tachados, miradas severas y ninguna sonrisa. Lo importante ya no es entrar, sino quién quiere salir.
Pizz, oculto entre los arbustos bajos a una prudente distancia, observa sin ser visto. Una pareja de soldados habla con uno de los paladines, un humano maduro de cabello ceniciento y ojos intensos que parecen atravesar las almas.
“Los Vaeltharyn han dado órdenes", dice uno de los guardias. "Dicen que es asunto de seguridad del Alto Consejo.”
“No es solo por el ataque en la arena,” responde el paladín, con voz grave. “Hay quien asegura que el incidente fue una distracción. Algo más se ha movido esa noche... y no lo vamos a dejar escapar.”
El segundo guardia, más joven, desenrolla un pergamino ilustrado con varias figuras toscamente dibujadas.
"Buscan a una fulana de piel clara, cabello y ojos castaños. A una rubia alta, con aspecto de amazona... dicen que viaja con un huargo. También a una maga joven y ciega, que va con un perro guía. Luego hay dos bardos, un hombre y una mujer, un guerrero con una máscara tribal... y un goblin."
El paladín ladea la cabeza.
“Un goblin.”
“Sí, señor. Uno que habla y no muerde. Dicen que va con ellos. El informe no aclara si es esclavo, mascota o parte del grupo. Pero lo quieren vivo o muerto.”
“¿Y el delito?”
“Terrorismo y sospechas de robo de algo que no debía ser tocado.”
“¿Robo de qué?”
El guardia se encoge de hombros.
“Los Vaeltharyn no lo dicen.”
El paladín frunce el ceño.
“Entonces algo importante.”
"Lo es. Han puesto precio por sus cabezas. En especial por la de la fulana. Aunque a esa la quieren viva."
Pizz, acurrucado tras un seto, traga saliva.