El trayecto que hacen a base de escurrirse entre cobertizos, callejones y carga para naves no resulta tan desagradable como Bailey se imaginaba al principio. De hecho, hasta resulta emocionante. Sin embargo, no puede evitar preguntarse si no tienen problemas porque de verdad King es así de silencioso y capaz de pasar desapercibido, o porque cualquiera que ve a un huargo gigante tiene el suficiente sentido común para no levantar la voz. Bailey desde luego se lo pensaría dos veces antes de llamar la atención de una bestia matadora de dos metros de alto.
En cualquier caso, resulta francamente excitante moverse rápidamente, pegarse a paredes, buscar las sombras y estar ojo avizor constantemente. La amazona tiene un cuidado especial con María y King. No necesita llevar a María de la mano, ya que la joven invidente se mueve con una naturalidad que asombra a Bailey, dadas las circunstancias. Tampoco puede prestarle demasiada atención, de todos modos, ya que María está a sus espaldas y Bailey tiene que estar pendiente del frente. A King sí que lo controla un poco al principio, pero el huargo capta rápidamente la idea, y su forma de moverse se torna enseguida mucho menos imponente y dignificada: se agacha, se arrastra, olisquea, levanta las orejas sin levantar la cabeza también... en definitiva, demuestra que no necesita que su alma gemela lo guíe constantemente.
Pronto, casi sin darse cuenta, Bailey llega al momento de poder centrarse sólo en ella misma y en lo que tiene delante.
Aunque la rubia avanza con confianza, la distracción de Kitty claramente les ayuda mucho. Lamenta no poder haber pasado más tiempo con la tabaxi, y sabe que quizá nunca pueda agradecerle lo suficiente todo lo que ha hecho por ellos, y por Bailey. Se le ocurre que la amistad a veces puede ser así: una conexión tan sincera como fugaz. En su fuero interno, Bailey agradece haber conocido a Kitty más de lo que la entristece tener que dejarla atrás. Y agradece el espectáculo con el que los despide. ¡Lástima no poder verlo! Bailey está segura de que debe ser algo tremendo.
Y al fin, el grupo llega a un cobertizo cercano al muelle que necesitan.
"Los Vaeltharyn tienen barcos, es posible que la travesía se complique, así que, debemos andarnos con ojo."
La forma en que Rachel parece recordarles algo a última hora activa algo en el cerebro de Bailey, y recuerda ella misma algo que Rachel debe saber. Al tiempo que mantiene los ojos hacia el exterior del cobertizo, atenta a que aparezca la nave que esperan o algún marinero demasiado curioso para su propio bien, Bailey estira una mano le da un toque a Rachel en el brazo. "Varl, el mago, me ha encargado llevar un paquete a Loudwater. A una tal Rynne Arvell. Dijiste que quizá tendríamos que hacer escala, así que si es allí, mejor. Y no me gustaría pensar en qué consecuencias puede traer no cumplir el encargo de un mago como Varl."
Sabe que eso no simplifica las cosas, pero es lo que hay.
Aparte de vigilar, lo único que hay de entretenimiento es escuchar la conversación entre Ronan y María. Menudos dos tortolitos, piensa para sí.
"¿Que hay de ti, Bailey? Veo que siendo un unicornio podías emitir luz a distancia. Pero no creo que sirva en un combate en alta mar. Y si te transformas, habrá que dar explicaciones a James..."
Bailey se aparta de la puerta del cobertizo para enmascarar su voz, y poder girar la cabeza para mirar a los demás sin distraerse en un momento crucial. "En forma humana no me siento capaz de emplear magia. Como unicornio puedo sanar y crear luz. Espero no tener que transformarme cuando estemos en el barco porque no me gusta la idea de descubrir por las malas si los unicornios saben nadar."
Susurrado eso, Bailey vuelve a su puesto, deseando que el barco llegue de una vez.