Los violentos de Kelly King
Pasa un rato. La Compañía del Unicornio, refugiada en aquel almacén medio abandonado, intenta matar el tiempo entre silencios incómodos, alguna discusión tonta y comentarios dispersos. Valiente mastica un poco de heno junto a la pared; King duerme, pero con un ojo medio abierto, siempre alerta. El polvo se acumula sobre la tenue luz que entra por una rendija de la puerta. Afuera, el puerto suena lejano: golpes de madera, gritos de estibadores, el chirrido de poleas... rutina disfrazada de espera.
Entonces, tres golpes secos sacuden la puerta.
No esperan respuesta. El picaporte se baja con decisión y la hoja se abre de golpe, dejando pasar una ráfaga salada y húmeda.
El primero en entrar es un hombre de piel oscura como el café, envuelto en un abrigo largo de cuero desgastado por la sal y el viento. Su sombrero ladeado, decorado con cuentas y plumas de aves tropicales, proyecta sombra sobre unos ojos astutos, pero no hostiles. Luce un pendiente de oro en la ceja izquierda, y cada paso hace sonar discretamente las cuentas de madera trenzadas en su barba.
Le sigue John Silver, que al verles levanta la barbilla en un gesto nervioso.
El marinero sonríe:
"El capitán dice que ya podéis embarcar. Vamos, antes de que cambie de idea... o cambie el viento."
Y sin más, se aparta de la puerta, dándoles paso con un gesto sutil y elegante de la mano.