Todos menos los que no están
El grupo sube por la pasarela del Furia de los Mares, un viejo galeón de líneas sólidas y velas parcheadas con cariño, que descansa como un lobo marino adormecido en la esquina más olvidada del puerto. Las maderas crujen con cada paso y las velas, recogidas, gotean sal. El mascarón de proa tiene forma de sirena, aunque a estas alturas su rostro está más comido por el salitre que por la belleza.
En las bodegas, bajo la tenue luz de las lámparas de aceite, se encuentran los disfraces. Túnicas color mostaza y azul marino, capas con bordes dorados ya deshilachados, turbantes decorativos, collares de cuentas y tinturas secas para oscurecer el tono de piel. Jean Marie señala con una sonrisa:
"Botín de otro tiempo. Dupari. No es perfecto, pero servirá... si sabéis fingir que no habéis crecido en un castillo."
Rachel levanta una ceja al ver su reflejo distorsionado en una lámina de cobre colgada a modo de espejo. Elijah y Thorian tienen mejor porte: con los turbantes bien ajustados y las túnicas largas, casi parecen nobles de una tierra lejana. Ronan, por su parte, se adapta sorprendentemente bien al disfraz. El color oscuro de la tela contrasta con su cabello blanco, que intentan cubrir con un velo largo. Aunque su expresión de joven caballero perdido en una obra de teatro no ayuda demasiado, su presencia impone.
A María le ajustan un velo semitransparente con cuentas diminutas, que enmarca su rostro como una reliquia viviente de un palacio exótico. Bailey, por el contrario, protesta por lo bajo mientras le colocan una túnica ceremonial algo raída, con bordados que alguna vez fueron dorados y termina escogiendo otra cosa.
King, por supuesto, no puede disfrazarse. Lo observan con preocupación unos segundos, hasta que Jean Marie chasquea la lengua, se agacha, y pisa con firmeza una tabla del suelo entre los barriles. Tras un pequeño traqueteo de poleas manuales y el roce de engranajes viejos, un doble fondo se abre cerca de la bodega de popa, dejando al descubierto un espacio oculto entre los toneles de salazones, redes marinas y aparejos.
"Cabrá justo… si respira hondo."
King lo observa con un gruñido, pero Bailey lo acaricia suavemente entre las orejas.
Ronan asiente en silencio, ajustándose la túnica de Dupal mientras mira al huargo con cierta melancolía. Luego vuelve a centrar su atención en el timón del Furia de los Mares, ya consciente de que no hay vuelta atrás.
Pasado un tiempo, cuando la campana del castillo de proa suena con tres tañidos graves, el Furia de los Mares se pone en marcha. Los marineros se apresuran a izar velas, soltar amarras y empujar con pértigas hasta alejarse de los muelles. El viento marino infla poco a poco las velas mientras el barco se desliza con lentitud por el canal de salida hacia el río.
Desde una de las pequeñas troneras de babor, Rachel echa una ojeada instintiva... y lo ve. A lo lejos, corriendo por la pasarela del viejo muelle, está John Silver. El muchacho los sigue con la mirada, quieto y encorvado por el esfuerzo, como un espectro que se resiste a desvanecerse.
Jean Marie se les acerca en cubierta, chasqueando la lengua al ver los disfraces:
"Bueno… si mantenéis la boca cerrada, y os da el sol en la cara el tiempo suficiente, podríais pasar por Dupari. Aunque sois demasiado altos, demasiado blancos, y esos ojos... a la mínima un paladín del Puño os olería desde cubierta."
El tono socarrón de Jean Marie se desvanece poco después. En el horizonte, hacia la desembocadura que lleva al Delimbiyr, se empieza a dibujar el contorno de dos embarcaciones.
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"Tenemos un problema," murmura, mientras toma un catalejo de latón y lo extiende con un suave chasquido.
"Ahí, delante del estrechamiento... el primero es un balandro costero del Puño Llameante. Poco más que una barcaza con remos, pero lleva cinco ballesteros y una enseña oficial. Puede detener cualquier nave que le parezca sospechosa."
Hace una pausa, gira el catalejo un poco más.
"Y el segundo... eso ya no es una barcaza. Es un cutter largo, de casco bruñido y velas negras, con runas arcanas pintadas en los mástiles. Madera de mar de Luskan, si me lo permitís... Ese pertenece a la Casa Vaeltharyn. Un barco de magos. Hay una esfera de vigilancia girando en la cofa y un hombre de túnica púrpura en cubierta."
Jean Marie guarda el catalejo con un clic seco, y su rostro habitualmente risueño adopta una seriedad inesperada. El viento agita su blusa marinera mientras sus ojos recorren cada rostro en cubierta. Las velas del Furia de los Mares crepitan suavemente como si también contuvieran la respiración.
“Si nos ven y no convencen vuestros disfraces… no llegaremos ni al desayuno.” Repite, más bajo, casi para sí mismo. “No como pasajeros. Y desde luego no como personas libres.”
Bailey traga saliva, aferrada al pasamanos mientras el barco balancea levemente con las olas. María, en silencio, ajusta su velo como si eso pudiera esconder el temblor en sus manos. Thorian observa el horizonte con gesto imperturbable, pero sus dedos tamborilean con ritmo tenso contra la empuñadura de su espada. Rachel se cruza de brazos, tensa pero sin miedo. Elijah lanza una mirada fugaz a la cofa del barco enemigo, donde la esfera mágica sigue girando, como un ojo que no parpadea.
Ronan se adelanta, el rostro envuelto en sombras bajo la tela. “¿Y si bajamos las velas? ¿Nos dejamos llevar por la corriente un rato? Pasar desapercibidos…”
Jean Marie niega con la cabeza. “Si bajamos las velas, perdemos maniobrabilidad. Y si la corriente nos arrastra demasiado cerca, se acabó el juego. Además...” señala hacia la esfera “...con un mago a bordo, esa cosa ya nos huele, os lo aseguro.”
“¿Y si el Furia no les parece sospechoso?” dice Rachel, entrecerrando los ojos. “Si creen que somos lo que parecemos… comerciantes de Dupal con acento raro y mercancías aún más raras…”
Jean Marie cierra el catalejo con un clic seco.
“Entonces, con un poco de suerte, pasamos de largo. Pero si a ese mago se le ocurre usar detección mágica, ver a través de ilusiones o simplemente se despierta con ganas de joder… no habrá disfraz que valga.”
Hace una pausa, se pasa la mano por la barba.
“Así que rezad. A quien queráis, pero rezad."
El barco se acerca lentamente al punto de control, donde el cutter de velas negras patrulla con una gracia casi amenazante. Desde esta distancia, pueden ver a los miembros del Puño Llameante en el otro barco más pequeño, observando con atención cada embarcación que pasa. Una bengala verde se eleva en el aire: una señal para que se aproximen.
Jean Marie escupe por la borda, luego se recoloca el pañuelo en la cabeza. “A vuestras posiciones. Y recordad: sois ricos, exóticos, arrogantes, supersticiosos… y habláis fatal común. Cualquier cosa menos vosotros mismos.”
Mira a Ronan, que intenta adoptar una postura altiva con poco éxito, y luego a Bailey. “Tú, amazona: no digas ni una palabra. Solo sonríe como si fueses peligrosa.”
“Eso ya lo hace de serie,” contesta Thorian con una sonrisa.
La bengala se apaga en el cielo. Los barcos esperan. La decisión está tomada.
El Furia de los Mares vira suavemente a babor, enfilando su rumbo hacia el bloqueo.
Tiradme dos dados todos. En abierto me vale, ya estamos terminando, no hace falta exagerar la pantomima del secretismo.