Bailey
Bailey duerme bajo la luna como bajo una promesa. El jardín la arropa, y King, tibio y leal, la protege con su cuerpo. Pero en su sueño, la noche se abre como una flor, y los cielos se pliegan como cortinas de plata.
Allí está de nuevo la dama.
Alta, etérea, con la piel de marfil antiguo y los cabellos flotando como hilos hechos de neblina. Su vestido no toca el suelo: es el cielo mismo, salpicado de estrellas que respiran. Y sus ojos… oh, sus ojos no miran: acunan. Son el principio y el fin del consuelo.
Selûne.
Habla sin mover los labios, como si las palabras llegaran con la brisa o fueran el eco de una canción que siempre ha estado allí.
"Mi sierva... Aelara... está en peligro. "
La sombra se cierne sobre ella como una fiera sin rostro.
Ya no hay tiempo para caminos lentos ni pasos dudosos. Debes llegar a la Espesura Olvidada.
Rápido.
Antes de que la oscuridad la devore por completo.
La voz no es dura, pero sí urgente, como un río que ha roto sus márgenes. La luna detrás de Selûne se tiñe de un gris profundo, como si algo la amenazara desde dentro.
"Sin ella, no hay esperanza.
Sólo con su luz podréis cerrar el puño de Shar,
detener a quienes caminan con la muerte en el pecho y el engaño en la lengua.
El mundo que amas se apaga, si no corréis a salvarla."
Bailey intenta hablar, pero no tiene boca en el sueño. Solo su corazón late, como tambor de guerra.
Pero entonces Selûne se inclina hacia Bailey, y su voz se vuelve más íntima, más honda.
"No estás sola.
Ninguna luz vence a la sombra por sí misma.
Y tú… tú formas parte de algo mayor."
Bajo ella, como reflejados en una charca sagrada, se dibujan las siluetas de sus compañeros. Distorsionados por la neblina del sueño, pero inconfundibles.
"Shar no teme una espada.
No teme un milagro.
Shar teme el acuerdo.
Tiemblan sus sombras cuando los hijos de distintos dioses caminan juntos.
Porque ella es división. Soledad. Ruptura.
Y vosotros… sois la improbabilidad que la deshace."
Entonces, Bailey ve más allá: otras figuras, inmensas, sagradas.
Dioses que no se aman entre sí, pero que observan con atención.
Presencias vestidas de fuego, de escarcha, de lodo, de oro.
El panteón dividido, espiando a un grupo diminuto en un bosque lejano.
"Este grupo no es perfecto.
Pero en su discordia está la clave.
Sólo así podréis cerrar la puerta por la que la Noche Eterna quiere colarse."
Una lágrima cae del ojo izquierdo de Selûne, y al tocar el suelo del sueño, marca una dirección: el este. La Espesura. El destino.
"Ve a ella, Bailey.
Ve a Aelara.
Y cuida de los tuyos.
Porque sin ellos… ni siquiera la luna resistirá."
El sueño se disuelve con la lentitud de una marea.
Y Bailey despierta, con el nombre de Aelara latiéndole entre las costillas.