Cementerio de Loudwater
28 Kythorn (Junio) de 1372DR
Rachel, Milly, Elijah, Pizz, Ronan y María
El amanecer llega despacio, como si la noche aún dudara en retirarse del todo. El sol no rompe la oscuridad: la disuelve poco a poco, dejando que la niebla se rinda sin prisas. La luz se cuela entre los cipreses del cementerio como dedos delgados, y el mundo parece sacudirse el mal sueño de la noche.
Todo parece… normal.
O casi.
La tierra huele húmeda. Algunas tumbas tienen la arena removida, pero no lo suficiente como para alarmar a un forastero. Pequeñas herramientas están esparcidas junto a una carretilla de madera.
Y allí está Rynne Arvell, la vieja cuidadora de secretos, terminando de alisar la tierra en una fosa que no debería necesitar más arreglo. Lo hace con paciencia, sin apuro, como quien ya no se sorprende de nada.
Thorian sale de la celda, estirando el cuello y parpadeando contra la luz nueva. Camina con las manos en los bolsillos, como si no esperara encontrar a nadie despierto aún.
Pero al verla, inclina levemente la cabeza.
"Buenos días," dice Rynne, sin levantar la vista del suelo.
Thorian la observa un momento, luego clava los ojos en la tierra removida, en la pala clavada con desgana, en un ramo de flores caído a un lado, como si hubiera sido arrancado por error.
"¿Noche larga?"
Rynne sonríe ligeramente. Una de esas sonrisas que no llegan a los ojos.
"Digamos que los que duermen aquí están más inquietos cuando hay luna vieja —responde—.
Y me temo que no será la última noche con trabajo extra."
Thorian asiente en silencio. Luego ella, con el mismo tono tranquilo de quien pregunta por una cesta de manzanas, añade:
"¿Y con la madre Arhalyn? ¿Cómo fue la cosa?"
Thorian se encoge de hombros.
"Tendrás que preguntarles a los otros. Yo tenía… otros asuntos."
Rynne lo mira de reojo, pero no dice nada. Solo asiente con un leve "hmm", como quien archiva la respuesta en una carpeta que no piensa revisar de inmediato.
Y entonces, vuelve a mirar hacia la celda, justo cuando alguien más cruza el umbral, aún con el sueño pegado al rostro.
La mañana avanza.
Pero la tierra, aunque callada, no ha olvidado lo que ocurrió durante la noche.
Bailey
La luz del alba entra como una caricia en el jardín del templo, dorando la hierba aún húmeda y haciendo brillar las gotas de rocío como si alguien hubiera esparcido pequeños fragmentos de luna durante la noche.
Bailey abre los ojos despacio.
Durante un instante no recuerda dónde está.
Solo siente la calidez en el pecho, la brisa tibia en el rostro, y el murmullo suave de la fuente cercana, como un canto de cuna que aún no ha terminado del todo.
King, enroscado a su lado, se despereza con un gruñido ronco y satisfecho, su enorme lomo temblando al estirarse. Al notar que Bailey se ha despertado, apoya la cabeza brevemente sobre su costado, como un gesto de afecto silencioso, y luego se incorpora para sacudirse el sueño.
El jardín sigue en calma.
No hay pasos.
No hay voces.
Solo el templo de Selûne, que parece más vivo que nunca.
Bailey se sienta entre la hierba, y por un momento siente que algo dentro de ella —algo brillante, denso, que no sabría nombrar— se ha aligerado.
Es una sensación difícil de describir: como si la sangre fluyera mejor, como si los huesos pesaran menos, como si la noche la hubiera purificado en vez de desgastarla.
No hay palabras.
Ni necesidad de ellas.
Respira profundo.
Y el aire entra como si fuera el primero que ha respirado en días.
King ladea la cabeza, atento, luego bosteza con la boca abierta como una cueva.
Ambos saben que el descanso ha sido más que físico.
Algo ha cambiado.
Y aunque no sepan qué, caminan juntos, como siempre, hacia lo que viene.