Rachel
Rachel coge el mapa sin decir palabra. Lo desenrolla con cuidado, lo observa de reojo, lo palpa con las yemas como si fuera un animal dormido. Lo gira, lo acerca al pecho, alza una ceja. Luego, sin previo aviso, se vuelve hacia Thorian.
"¿Tienes algo ácido?" pregunta con la misma naturalidad con la que otros piden sal para la sopa.
Thorian la mira, confundido. "¿Ácido? ¿Qué tipo de ácido?"
"No sé… vinagre, grog, limoncillo fermentado… ¿no llevas esas cosas raras que bebes cuando te pones melancólico?
Thorian resopla, rebusca en su bolsa y saca una pequeña petaca de estaño con un símbolo solar grabado. Rachel la destapa, olisquea el contenido, asiente satisfecha.
"Perfecto."
Empapa un trozo de tela y lo pasa suavemente sobre una zona concreta del mapa, donde el arroyo dibujado parece ondular sin sentido. Poco a poco, las líneas comienzan a reaccionar. Un dibujo invisible emerge como si despertara de un sueño: dos espirales entrelazadas, rodeadas de símbolos que no estaban allí antes. En el centro, una figura: una piedra partida con una abertura como una herida… una puerta. Y al margen, una advertencia garabateada con letras que solo se revelan bajo el ácido:
"Más allá del Murmullo, donde las truchas guardan silencio, duerme la sombra bajo piedra y raíz."
Thorian se queda mirándola, incrédulo.
"¿Desde cuándo sabes hacer eso?"
Rachel no responde. Se limita a devolverle la petaca con una media sonrisa. Luego señala el mapa, donde la ruta empieza a tener sentido: no basta con seguir el río… hay que esperar a que sus aguas susurren en un punto exacto, al anochecer, y entonces la puerta podrá encontrarse.
Pero más allá del lugar señalado, en el borde del pergamino, aparece de nuevo ese símbolo: Hic sunt dracones.