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Umbral del Primer Acto — El Paso de María
María abre la puerta.
La casa de Brizna y Cleta queda atrás, aún con olor a pan, a leña y a historias. El pomo es frío. El suelo, familiar. Pero al dar el primer paso al exterior…
ya no hay campo. Ni niebla. Ni mañana.
Hay viento.
Un viento que arrastra gritos antiguos,
el olor del hierro recién partido,
y un rumor grave que no viene de la tierra, sino de los cielos.
Tambores.
Y en ese instante —cuando el viento se parte, cuando los tambores respiran—, María ve.
La oscuridad se abre como un velo mojado,
y el mundo, por fin, tiene forma.
Ha recobrado la vista.
Y lo primero que ve… es la guerra.
María no reacciona de inmediato.
Solo nota el cambio en sus ropas.
Ya no lleva vestido de camino.
Ahora lleva armadura.
Ligera. Elegante. Negra como tinta derramada.
A su cadera cuelga una espada que nunca ha tocado,
pero que, de algún modo, reconoce.
Una capa azul oscuro le roza los tobillos.
En su pecho, un emblema bordado con hilo de oro: el caracol del alba.
Y al girar la vista, ve a los demás.
Todos están allí:
Rachel, Milly, Elijah, Bailey, Pizz, Ronan, Thorian…
pero no como los recuerda. O como los imaginaba.
Están vestidos como capitanes, arqueros, curanderos, heraldos.
No disfrazados, sino escritos.
Y tras ellos, a lo largo de una meseta abierta,
se extiende un ejército.
Miles.
Miles de rostros endurecidos.
De lanzas alzadas como olas encabritadas.
De escudos cubiertos de barro seco y fe.
Todos llevan la misma insignia.
Todos sirven al mismo nombre.
Son el Ejército del Reino de Vadravia.
Nacidos bajo estandartes que ya no tienen color,
forjados al pie de las murallas donde ya nadie reza.
Hijos del Bastión Último,
descendientes de juramentos que no figuran en los libros.
Caminaron antes de que la Historia recordase.
Y marchan aún cuando ya no queda quien la escriba.
Frente a ellos, al otro lado del campo: los Hombres del Norte.
Cascos hechos con cráneos de ciervo,
ojos cubiertos de pintura azul,
lenguas ásperas como piedra mojada.
Hablan gritando, escupiendo, riendo como si cada palabra fuera una herida.
Y entre sus filas, las Bestias.
Un toro de ceniza viva,
una loba con torso de mujer y alas de hierro,
un cuervo con cien bocas que cantan al revés.
Y María… no duda.
No pregunta.
Solo se ajusta el guante.
Y nota que su corazón late como los tambores.
Como si lo hubiera hecho siempre.
Como si su historia empezara en ese instante.
Y entonces suena la música:
una nota grave,
luego otra,
luego un rugido de cuerdas
y el coro de los caídos,
preparando el canto.
La batalla aún no ha empezado.
Pero la escena sí.
Y el acto, por fin, ha dado su primera frase.