Todos
En un parpadeo, la batalla queda atrás. Ni fuego, ni muerte, ni clamor: solo el jardín de la granja encantada, con su valla torcida, el espantapájaros que parece mirar de reojo, y las gallinas formando en fila, como si esperasen su nota tras una función escolar.
Cleta sostiene una taza de barro, observando con ojos brillantes. A su lado, Brizna aplaude suavemente con las puntas de los dedos.
Los héroes se miran, casi sin atreverse a hablar.
Bailey se palpa el cuello. Todo en su sitio.
María flexiona su mano derecha. Entera.
Thorian se toca el rostro. Sigue siendo irresistible.
Todo parece igual.
Cleta sonríe.
"Habéis actuado con brío, con fuego… incluso con gracia. Bueno... casi todos."
Y entonces, sin que nadie diga nada más, un suave resplandor dorado cae del cielo como si alguien estuviera agitando una lámpara de aceite sobre el jardín. Una voz incorpórea y risueña, que podría ser un niño o un anciano, un sabio o un gamberro, resuena desde las nubes:
—¡Gran obra, gran obra!
Aunque uno... se salió del guion.
Y en mi teatro, eso se paga con plumas.
Pizz parpadea.
¡PLOP!
Primero, sus zapatos desaparecen, como absorbidos por el suelo. Luego, su ropa cae sobre sí misma, vacía. Del interior de la túnica empieza a salir un cacareo nervioso.
De pronto, el tejido se agita y aparece una gallina regordeta, de plumas verdes, con una cresta fucsia en espiral, patas cortas y un pompón de plumas blancas en el trasero.
La gallina pestañea y... habla.
"¡Cocó! ¡Esto es una injusticia! ¡Cocó-ñazo de final!"
Cleta se tapa la boca para no reír.
Thorian tose. María hace como que no lo ha visto.
La gallina gira y lanza una patadita indignada a su antigua túnica, que ahora le queda como una carpa de circo.
La voz de Oghma vuelve a oírse, como un susurro en la brisa.
—¡Y que aprenda! Aquí, hasta el bufón baila al ritmo del narrador.
Y con un leve tintineo de campanas imaginarias... el aire vuelve a estar en calma.