Todos
Cleta observa a Rachel con ojos entrecerrados, como si viera más allá de lo que hay.
"Las formas... bah. Vienen y van. Lo importante es lo que no cambia cuando estas cambian."
Brizna, sentado sobre una roca que no estaba allí hace un segundo, agita una ramita con campanillas secas mientras habla:
"Hubo un corcel que fue viento, y un viento que fue espina. Hubo un duende que bailó entre los nombres, y cuando la música cesó, tuvo que silbar en cuatro patas."
"¿Por qué?" añade Cleta, como si siguiera un hilo que solo ella ve—. "Quizá por penitencia. Quizá por juego. O quizá por castigo."
Las dos hermanas se miran y sueltan una risita.
Brizna da un golpecito en el suelo con su cayado, y un espantapájaros a lo lejos se gira solo un poco, como si hubiera oído algo interesante.
"Zopilote irá con vosotros ahora. No hagáis demasiadas preguntas, ni esperéis que os responda. Pero si alguna vez alguien os dice que lo ha visto hablar... creedle."
Cleta acaricia una gallina con un solo dedo.
"Y no os olvidéis, muchachos: a veces, los cuentos no terminan. Solo se cambian de disfraz."
Zopilote se acerca. Relincha con suavidad.
"Aprovechad" dice Cleta mientras el viento agita su falda como un susurro—. "Vuestro enemigo ha pasado de largo. Uno de ellos, al menos. Otro sigue detrás... y es más temible que el primero, pues es el hijo del primer mal, al que aquel aún busca."
Brizna entorna los ojos y añade en voz baja:
"Id con los dioses. Que Oghma proteja vuestra historia... y os dé consuelo cuando lleguen las lágrimas que están por llegar."
Un polluelo verde asoma en la lejanía. Da cuatro saltos torpes, como quien no tiene prisa pero sí propósito, y termina encaramado al sombrero de Pizz. Remueve el trasero con ceremonia, da una vuelta sobre sí mismo… y se acurruca allí, cabeceando, como si aquel gorro hubiera sido su nido de toda la vida.