Todos
La gallina-goblin sigue dando vueltas indignada por el jardín, agitando sus alitas con furia y cacareando improperios que ningún plumífero decente osaría repetir en voz alta. Thorian da un paso al frente con aire incómodo y dice:
"¿Podéis deshacer esto?"
Cleta y Brizna se miran como si les hubieran pedido que detuvieran la luna en el cielo.
"¿Nosotros? " dice Cleta, arqueando una ceja—. "Ay, corazón, si eso fuera nuestro hechizo ya estaría medio deshecho. Pero no… esto es otra cosa."
Brizna asiente con expresión grave mientras acaricia a una de las gallinas espectadoras, que asiente también como si entendiera.
"Esto es obra de Oghma", dice, bajando la voz, como si al nombrarlo se pudiese levantar el telón de nuevo—. "El Amo de la Función. El que mueve los hilos entre páginas. El que convierte las vidas en cuentos… y los cuentos en castigos."
Cleta añade, pensativa:
"Él castiga el exceso... de ego, de torpeza, o de rima forzada. Aunque a veces lo hace solo porque le hace gracia."
Pizz, o más bien la gallina que fue Pizz, lanza un grito estridente y agudo como una flauta desafinada:
"¡Me niego a formar parte de una metáfora! ¡No me quedo así ni un día más, cocóñetas!"
Cleta alza un dedo:
"Eso sí. Si el amo de la función ha querido dejarte con plumas, será por algo. ¡Quizá sea el último acto de tu número! ¡O quizá tengas que aprender a volar antes de volver a hablar!"
Brizna ríe, revoloteando con la túnica abierta al viento como una vieja flor danzante.
"Y ya sabes cómo son sus historias. Solo se cierran cuando tienen su moraleja."
Entonces una brisa suave barre el jardín. Las flores se inclinan. Unas palabras resuenan, aunque nadie las ha dicho:
"El bufón que quiso hablar sin pausa, ahora cacarea en verso para aprender cuándo callar."
Y, por un instante, el sol brilla como un foco sobre el escenario del mundo.
Zopilote aparece caminando. El corcel negro, altivo y majestuoso pese a sus trenzas blancas algo torcidas, lleva entre los dientes un tomo polvoriento, tan grande como un pastel de boda de tres pisos y con más nudos que un libro de hechizos.
Con cuidado lo deja frente a María, y luego, con la ternura de quien recuerda una vieja promesa, apoya la frente contra su pecho, ronroneando.
El libro lleva grabado en letras doradas y bastante teatrales:
“La batalla de los tres frentes: Una historia para ser interpretada solo con lluvia, sangre y gallinas”
Y justo al abrir el tomo, una suave ráfaga de viento lo pasa directamente al capítulo final, escrito con pluma temblorosa y manchones sospechosos:
“El Último Número del Bufón. O cómo cacarear el destino sin romper el cascarón.”
Todos se giran. Allí, en el centro del campo —donde antes no había nada— ha aparecido un estrado de madera crujiente, rematado por cortinas rojas algo polvorientas y con una campanilla que suena sin que nadie la toque.
La gallina-bufón, ante el silencio general, se sube con paso solemne (bueno, tan solemne como puede una gallina con el ego de un trovador herido). Mira a izquierda y derecha. Se gira. Cacarea.
Y con una dignidad casi conmovedora...
Pone un huevo.
El huevo resplandece unos segundos con un suave tono dorado. Luego, con un pop, desaparece.
En el libro, las letras se reordenan solas:
Un aplauso disperso suena entre las gallinas del corral. Cleta y Brizna enjugan una lágrima (quizá de emoción, quizá de alergia al polvo escénico).
Y justo entonces, una luz cálida cae sobre el bufón emplumado.
Con un giro, un pestañeo y un sonido parecido a una flauta tragando aire por error, la gallina desaparece, dejando en su lugar al viejo Pizz, de pie, desnudo pero con su gorro de bufón aún en la cabeza.