A pocos pasos de donde los tres generales exponen rutas de muerte ante la espada viviente de Torrwyg, en una esquina tranquila del claro, El Sabio se agacha sin hacer ruido. El viento apenas le roza el manto. Su mirada, agrietada de siglos, se detiene en la sangre seca que aún cubre la muñeca de Ronan, el joven Valiente.
El muñón está limpio, vendado… pero vacío.
Sin decir palabra, Thorian se acerca. Se arrodilla a su lado como si descendiera por dentro del mundo, y toma el brazo cercenado con ambas manos, sin miedo ni ceremonia. El contacto es firme, pero no cruel. La nieve cruje bajo sus rodillas. El silencio lo acompaña.
Luego, mira a Elijah.
No hay palabras entre ellos. Solo el leve gesto de un hombre que lleva décadas leyendo entre líneas. Asiente.
Cierra los ojos.
Sus labios se mueven en una lengua extraña, donde las vocales suenan como agua en piedra y las consonantes como el rasgar de raíces. No es un conjuro, es un rezo. Un pacto pronunciado en nombre de algo que ya no tiene forma.
Con un suspiro, abre los ojos.
Y entonces mete la mano en el suelo blando. La arcilla negra y húmeda surge de la nieve como si supiera que es su momento. Él la toma con dedos lentos, la amasija entre las palmas, y forma una esfera burda, rugosa, viva.
"No será igual", susurra, solo para él, quizás para los dioses.
La pega con precisión sobre el muñón, y luego abraza la unión con ambas manos. Lo hace como quien protege una llama en una tormenta.
La luz no estalla.
La luz nace, suave, blanca, sin sombra. Una luz que no brilla sino que calienta, que no ciega sino que cubre, como un recuerdo bueno en mitad de una pesadilla. El viento calla. El mundo se curva un segundo.
La arcilla se transforma. No en metal, ni en piedra encantada. Se convierte en carne. Dedos que se forman como raíces de árbol. Tendones que despiertan. Uñas que brotan como corteza. Una mano, nueva y fuerte, idéntica en todo… salvo por una cosa.
Su piel es negra como la de Elijah, profunda y mate.
Thorian permanece unos segundos más. Luego retira las manos, se incorpora con un gruñido, y le da un golpe seco en la espalda a Ronan, lo bastante fuerte para que le crujan las costillas.
"Te servirá para sujetar tu espada y, si no eres idiota, también para sujetar lo que no quieras perder otra vez."
Hace una mueca. No es una sonrisa. O lo es, pero herida.
"Y ahora que alguien me busque un rincón caliente. Esa magia me ha dejado más vacío que un cuerno roto en una taberna."
Se aleja cojeando ligeramente, sin mirar atrás.
A lo lejos, María escucha sin girarse.
Y el viento, por un instante, deja de soplar.