Todos
Thorian entrecierra los ojos. El amanecer se refleja en sus pupilas. No responde al momento.
Se lo piensa.
Luego murmura:
"Ya sabes cómo son. Ego más grande que una montaña. Memoria como un río largo y lento. Si vas a cantar, no le cantes lo que tú quieres… canta lo que él cree que merece."
Rachel asiente muy levemente. Pero Thorian no ha terminado.
Lanza una mirada de reojo al dragón, que sigue olfateando al grupo con las fauces entreabiertas.
"Por cómo habla… y porque no nos ha reducido a cenizas, diría que no es uno de los cromáticos. Es más viejo. Más raro. Apostaría a que es un dragón de bronce… o algo aún más antiguo, de una línea que ya no se ve."
Hace una pausa.
"Los bronce son orgullosos, poderosos, y tienen un sentido del humor… peligroso. Les gusta el ingenio, el espectáculo, las causas que les entretienen. Son imprevisibles… pero no matan por matar. Si tu canción le hace reír, o recordar algo, o imaginar, te dejará en paz. Pero si le aburres… puede comerse a uno sin pestañear."
Y luego, en voz más baja, casi imperceptible:
"Y si le halagas sin entenderle… te verá como a un insecto."
Rachel traga saliva y empieza a ajustar mentalmente las palabras, el tono, el ritmo.
Thorian vuelve a mirar al dragón, como quien ha leído la primera línea de una historia larga… y sabe que el final aún está por escribirse.
Rachel inspira hondo.
El dragón la observa desde lo alto, inmóvil como una estatua viva, con los ojos encendidos de juicio.
Entonces canta.
Improvisa.
Su voz le tiembla al principio, rasgada, pero poco a poco se asienta.
No hay perfección, pero sí intención.
Y eso podría bastar.
🎲
🎲
Thorian, en silencio, saca el laúd.
Marca unos acordes suaves, lo justo para sostener la melodía sin entorpecerla.
Sus dedos son precisos, como siempre.
Pero no mira las cuerdas. Mira al dragón.
Y Vorthenax escucha.
Inclina ligeramente la cabeza.
No dice nada.
Cuando Rachel termina, el silencio cae como una losa.
El aire parece esperar algo.
La cima huele a savia quemada y piedra caliente.
El dragón aspira hondo, como si saboreara el ambiente, el miedo, el alma de la canción.
Y entonces, habla.
No suena como una voz.
Es una presencia que se impone.
Una fuerza que aprieta el estómago y hace que nadie se atreva a interrumpir.
—"No sois hermosos.
Ni especialmente hábiles.
Sois héroes y villanos.
Sois equilibrio."
Su mirada recorre al grupo, lenta, midiendo a cada uno como quien estudia una escultura que todavía no ha decidido si merece ser terminada… o destruida.
—"Espero con ansias… canciones sobre vuestro final."
Y sin más, retira la cabeza.
Desaparece entre los árboles vencidos, que se doblan a su paso.
Su cuerpo desaparece… pero el eco de sus pasos no se apaga.
El grupo se gira hacia el portal.
María y Milly lo han examinado en silencio. María ha intentado leer la magia por su vibración, pero sin visión, el conjunto se le escapa. Milly, por su parte, no entiende del todo el mecanismo… pero algo en su memoria despierta.
Más allá del arco, no hay suelo.
Solo una caída brutal, de decenas de metros, hasta el bosque.
Una ladera escarpada, cubierta de árboles oscuros que se agitan levemente, como si esperasen algo.
No hay escalones.
No hay puente.
Solo el vacío.
Milly traga saliva.
Cree recordar algo. Un texto polvoriento en una biblioteca.
Portales antiguos, élficos quizá.
"Sostener la llave. Desear el destino con claridad. Cruzar sin dudar. La voluntad más fuerte se impondrá."
Eso decía.
Cree.
Pero no está segura.
Si se equivoca, no habrá redención posible.
Solo un vuelo breve y una muerte contra el suelo de piedra.
¿Confiará en su instinto?
Cuando la voz de Vorthenax parece apagarse por completo, María siente de pronto un peso en la nuca.
No hay sonido.
No hay temblor.
Pero algo la mira desde dentro.
Y entonces, la voz vuelve.
Sólo para ella.
Como un pensamiento que no es suyo.
—Llévalo lejos, niña ciega.
Al guerrero de ébano. Sácale de este bosque…
antes de que nazcan las hijas de la sombra que mora bajo piedra y raíz…
y le llamen padre.
La voz en el interior de María está cargada de sentido.
No retumba. Se arrastra.
Se enrosca en su mente como una serpiente, un saber antiguo, que susurra no lo que ha sido… sino lo que aún puede llegar a ser.
—Tres serán las hijas.
Nacerán bajo la luna ennegrecida, en un lecho de sangre y savia.
La primera será clara y dulce, con ojos de ciervo y lengua como flor al alba.
Buscará redimir a su madre.
Será la primera en caer.
La segunda cambiará de rostro como la luna.
Dudará. Oscilará entre llama y ceniza.
Y en su duda, partirá el corazón de quien la trajo al mundo.
Y la última…
la última nacerá en silencio, con los ojos bien abiertos y el hambre ya en la boca.
No llorará al nacer.
Solo mirará…
y la oscuridad le devolverá la mirada.
Esa le amará más que ninguna.
Y él… a ella, más que a todas.
Si se queda, todo quedará sellado.
El poder de ella brotará del amor de él,
y con eso bastará para extender su sombra por todo el bosque.
La madre caerá.
Y las lamias gobernarán sin rostro, sin nombre, sin fin.
Pero si parte…
si le alejáis a tiempo…
otro final será posible.
Otro bosque.
Otro amanecer.
—Llévalo, niña.
Antes de que lo olvidéis…
y sea demasiado tarde.
La voz se extingue.
María parpadea. El mundo sigue.
El portal sigue ahí.
Los demás hablan. Se preparan.