Milly
Al otro lado, los dos guardias se giran al unísono. Uno entorna los ojos; el otro se quita el casco y lo levanta sobre la cabeza a modo de paraguas, aunque el agua le entra igual por el cuello.
"¿Tú has visto eso? ", pregunta el primero.
"Parece una mujer", responde el otro, después de meditarlo a fondo.
"¿Aquí dentro? ¿En el arcón del barón?"
"Sí. Aunque podría ser una trampa. "
"O una bendición."
"O las dos cosas."
“Por lo menos ha salido por la puerta azul. Eso es bueno, ¿no?” Nadie sabía exactamente por qué era bueno, pero la tradición tenía sus propias leyes, sobre todo cuando nadie recordaba de dónde venían.
"Puede ser. La roja no debe abrirse."
"¿Por qué no debe abrirse?"
"Porque es roja. Y cuando algo está pintado de rojo, significa peligro. "
"¿Y si la pintaron después? "
“Entonces alguien sabía algo que nosotros no. Lo cual la hace aún más peligrosa.”
Frente a ellos Milly se impacienta ligeramente. Se quedan mirando la puerta abierta, indecisos, mientras la lluvia cae cada vez con más ganas, golpeando el suelo.
Percepción de los arqueros: 2, 2
Desde lo alto, los arqueros apenas ven nada: tienen los ojos empapados y se los limpian con la manga, maldiciendo al clima y a sus superiores en igual medida. Uno incluso jura haber visto relámpagos dentro de sus propios párpados.
En la repisa del ventanuco, Rosy, observa todo el espectáculo desde su refugio. Está perfectamente seca, hinchada y satisfecha, mirando a Pizz con una expresión que se traduce sin margen de error en: “yo no me mojo, pero tú sí”.
Abajo, los guardias prosiguen su conversación.
"Podría ser una sirena", dice el primero, con voz reverente.
"Las sirenas viven en el mar, idiota."
“Ah. Entonces será una súcubo.”
“¿Una súcubo?”
“Sí, esas demonias que te besan y te dejan seco.”
“¿De alma o de dinero?”
“De las dos, según el tipo de contrato.”
“Siempre quise besar a una súcubo.”
“Claro, y luego que te arranque la lengua o te coma el corazón.”
“Sí, pero qué forma de morir, ¿eh? Mejor que hacerlo aquí fuera de una pulmonía...”
Se quedan un momento en silencio, mientras el agua les chorrea por las narices y la lluvia les quita cualquier posibilidad de dignidad.
"Bueno", dice finalmente el más alto, "si el barón pregunta, diremos que estábamos investigando una amenaza arcana."
"Perfecto. Profesional y patriótico."
Y con eso, ambos se ponen en marcha hacia la puerta con paso resuelto y una sonrisa que no pasa los controles mínimos de sensatez.
La figura de Milly los espera, recostada en el marco, envuelta en penumbra y con la mirada de quien sabe exactamente lo que hace. Finge aburrimiento, inocencia, un toque de fastidio divino.
Pero antes de entrar, uno de ellos se detiene: "Disculpe, señorita", dice, empapado y con voz que intenta sonar heroica, "¿qué hace exactamente en el arcón del barón?"
El otro lo mira de reojo, convencido de que esa pregunta es el colmo del ingenio táctico, y asiente solemne mientras el agua le gotea por el casco hasta el interior de la armadura.
La lluvia arrecia, el aire huele a humedad y estupidez, y en algún rincón del cielo, los dioses hacen sus apuestas.