Todos
La lluvia arrecia, cubriendo el sonido del mundo con su murmullo constante. Los dos guardias siguen conversando, enfrascados en su discusión sobre brujas inexistentes, completamente ajenos a la pequeña sombra que se desliza tras ellos.
Pizz avanza encorvado, una mancha verde entre el gris de la piedra. Cada paso es medido, cada respiración calculada. Saca de su cinturón un pequeño estuche de metal abollado, lo abre con mimo y extrae unas herramientas que tintinean débilmente.
El candado le devuelve una mirada dorada, húmeda por la lluvia. Pizz sonríe. Introduce la ganzúa, la gira… y el mecanismo responde con un suspiro metálico, un clic tan discreto que podría haberse confundido con una gota de agua golpeando el suelo.
Dentro, tras la pared, sus compañeros escuchan el sonido. Un leve clac seco. Nada más.
Fuera, los guardias siguen hablando.
Pizz no espera confirmación. Con un movimiento ágil, recoge sus herramientas y se desliza hacia la sombra más cercana: una esquina del torreón, oscura y protegida, invisible desde la empalizada. Allí se acurruca, envuelto en la lluvia, invisible y satisfecho.