Milly
Milly cruza primero el umbral. La puerta de madera protesta con un gemido largo, como si hubiera tragado demasiada lluvia con los años.
El interior está en penumbra. No completamente oscuro: la luz filtrada por las rendijas del tejado forma haces débiles, suficientes para revelar siluetas, bordes, rincones que parecen palpitar con la bruma.
Da un par de pasos y olfatea sin pensarlo.
Carne. Recién cocinada… pero no de nada que haya comido en su vida. Demasiado dulce al principio, demasiado metálica después.
Frunce la nariz.
"Esto no es jabalí. Ni venado."
El suelo cruje bajo su peso. La escena parece de abandono, pero no lo está del todo: una mesa coja, platos mal lavados, restos de una hoguera ya fría, un cazo vuelto del revés con una capa de grasa seca que brilla en el ángulo justo.
Y sobre una silla, una manta empapada.
Milly avanza despacio. La sensación es nítida: la cabaña debería estar vacía, pero no siente que lo esté. Demasiado silencio para algo tan pequeño.
Su atención cae sobre la pared del fondo. Una lámpara oxidada cuelga torcida… y justo detrás, donde la luz apenas toca, hay marcas.
Se acerca.
Trazos finos. Repetidos. Hechos a cuchillo. Pero no con furia, sino con una insistencia casi metódica: como si alguien hubiese intentado dibujar algo concreto… sin recordarlo del todo.
Se inclina. Observa.
Las líneas no forman un símbolo reconocible. No es nada que enseñen los clérigos del valle ni que se vea en un cuartel.
Pero el trazo tiene algo… inquietante.
Es un gesto que no se hace por adorno ni por aburrimiento: curvas que se retuercen unas sobre otras, una espiral que se inclina hacia un punto central que nunca llega a cerrarse, como si cada intento hubiera quedado a medias.
La madera está arañada en capas: una línea, luego otra encima, luego otra más, como si quien lo grabara intentara corregirse cada vez… o como si su mano temblara.
Milly aparta la vista un instante… y cuando vuelve a mirarlo, el conjunto parece distinto. No porque haya cambiado, sino porque con la luz moviéndose, los trazos forman sombras que parecen empujar hacia dentro, como si la marca quisiera terminar de tomar forma cuando no la observan.
Por un segundo, siente un escalofrío en la nuca.
Detrás, el viento abre un poco más la puerta y deja entrar un soplo frío. Los demás siguen desmontando fuera, hablando en voz baja.
Milly se endereza, sin quitar ojo a la pared. Esto no es el trabajo de un cazador aburrido.