Todos
Durante un instante, el desconocido permanece quieto, como si hubiese olvidado cómo funcionan los músculos del rostro. Sus ojos, apagados pero penetrantes, parpadean de forma irregular, no para ver mejor, sino como quien espanta una nube de pensamientos que no quiere tener. Luego, sin motivo, levanta una mano y atrapa algo en el aire.
Una mosca.
La observa con atención solemne, la acerca a su oído como si escuchara un mensaje sagrado y se la mete en la boca. Muerde. Mastica. Como si eso fuera lo más normal del mundo.
Después, por fin, inclina la cabeza con una reverencia torpe.
"Oh… un hijo pequeño del Reino del Espino, tan lejos de su ramaje. Qué ruido más extraño hace el destino cuando se descarrila". Lo dice con un canturreo que no encaja con la frase, como si siguiera una melodía que solo él oye.
Se gira hacia el resto del grupo. Su mirada pasa por todos, pero se atasca en Thorian. El párpado le tiembla. La respiración se le corta un instante.
Luego, como si nada, sonríe con esa boca rota.
Cuando mira a Bailey, la sonrisa se le deshace. Parpadea demasiado despacio. Un leve sonido gutural se le escapa, como un cachorro que no sabe si acercarse o huir.
Pero habla.
"Andáis hacia un borde donde los mapas no mienten…", murmura Hrólf, moviendo los dedos como si palpara algo invisible— "…pero tampoco cuentan toda la historia. " Inclina la cabeza hacia el este, atento a un sonido que sólo él parece oír.
"Hay tierras donde el canto se quebró", prosigue. "Donde algo pasó… algo que dejó al mundo escuchando." Hace un gesto circular con las manos, buscando la palabra adecuada: "Lugares donde la tierra aprendió a escuchar. Y cuando la tierra escucha… también recuerda. Y cuando recuerda… a veces responde."
Su voz se va apagando poco a poco, como si temiera que nombrar más fuese abrir una puerta que él mismo no quiere volver a cruzar.
Se arrodilla de golpe, como si sus piernas cedieran o como si algo invisible lo hubiese empujado hacia abajo. Con la cara vuelta hacia el suelo, murmura:
"No sigáis la senda que… que… ", su voz se quiebra, "…la senda que brilla.". Levanta un dedo sucio y tembloroso hacia Bailey. "Allí donde nace el brillo que nadie pidió… no miréis. No escuchéis. Lo que hay detrás…"
Mastica otra mosca sin que nadie vea de dónde la sacó.
"Hubo un refugio al sur… ", dice, como si confesara algo que no debería—. "Un lugar de hombres cansados, un monasterio de manos heridas, de caminar demasiado largo. Allí el dolor tenía nombre y se compartía como el pan."
Busca aire. Parece que hablar de ello le costara una parte que ya no tiene.
"Luego llegó un canto. No uno alegre. Uno… que se metía por las junturas del alma. Suave, como pidiendo permiso. Pero el permiso no lo pedía. Se metía igual."
Sus dedos tiemblan. No por frío.
"Después vino el hambre. No la del estómago. La otra. La que te convence de que vaciar a otro te llena a ti". Su voz se quiebra. "Yo… no tenía estómago para eso. Otros sí. Demasiados."
Ríe. Una risa que no es risa, sino llanto.
"Y después…", ladea la cabeza, como escuchando una nota muy lejana— "después ya no quedó nada que un hombre pueda contar sin deshacerse por dentro. Llamaban refugio a lo que ya no lo era. Decían servir a la compasión… cuando ya no recordaban el nombre de la cosa que servían."
Se pasa una mano temblorosa por la barba entrecortada.
"Yo bajé con ellos. Todos bajábamos. Creíamos que era hacia la luz. Ilmater", escupe. "Pero la luz…", su voz se desliza hacia un susurro raído— "la luz que brilla donde no debería no es luz. Es un disfraz. Uno muy antiguo."
Levanta los ojos, turbios pero lúcidos por un instante.
"Me fui antes de que me aprendiera el nombre. Antes de que me reclamara. Pero otros… otros se quedaron. Y los que se quedan allí nunca regresan siendo ellos. Si es que regresan."
Hrólf se incorpora con torpeza. Sus ojos pasan por todos, pero vuelven a Bailey: una mezcla amarga de rencor y reconocimiento, como si ella fuese la única capaz de entender algo que él jamás podrá decir y la odiara por eso.
"Eso es vuestro futuro y todo lo que puedo decir. Tal vez ya dije demasiado."
Y sonríe. Esa sonrisa podrida, quebrada, que no pertenece a ningún hombre cuerdo.