Zsadist
El pasillo que llevaba a los baños olía a cerveza rancia, sudor y perfume barato. Ella estaba allí, apoyada contra la pared, repasándose los labios en un espejito de bolsillo, como si una capa más de carmín pudiera tapar la derrota en su cara.
Zsadist se plantó delante, su sombra tragándosela entera.
“¿Cuánto?” —su voz sonó seca, como un portazo en plena noche.
Ella alzó la vista, lo midió de arriba abajo y esbozó una sonrisa cansada. “Depende de lo que quieras, guapo.”
Él soltó una carcajada rota, sin una pizca de humor. “Quiero olvidarme de que sigo vivo. Lo demás me da igual.”
Negociaron como quien discute el precio de una lavadora averiada. Ella aceptó. Siempre se acepta. En un sitio como el Zero Sum, sexo, dinero y supervivencia eran la misma moneda con distinta cara.
La arrastró al lavabo de hombres. El sitio apestaba a meados y lejía barata. Dentro del cubículo la empujó contra la loza fría, mientras un grifo goteaba marcando un compás asqueroso. Afuera, dos tipos hablaban de putas y fútbol americano; uno meando a chorro vivo, el otro chapoteando en el lavabo.
Dentro, el mundo se redujo a respiraciones ásperas, al choque de cuerpos y al olor metálico de la sangre mezclándose con el sexo.
Cuando acabó, Zsadist la mantuvo pegada a él lo justo para hundirle los colmillos en el cuello. Ella gimió entre dolor y alivio, la sangre bajándole caliente por la garganta, alimentando su sed y su rabia.
Después la soltó de golpe, sacó unos billetes del bolsillo y se los tiró encima como si fueran basura.
“Cómprate otra barra de labios, muñeca” —gruñó con desprecio—. “El rojo pega bien con la miseria.”
Y salió del baño, dejando atrás el olor de orina, sangre y sexo, con la certeza de que la noche no había hecho más que empezar.
Al volver a la mesa, aún con el regusto metálico en la boca. Se dejó caer en la silla, agarró la cerveza nueva que alguien había pedido por él y le dio un trago largo.
Vishous lo observaba con esa expresión inteligente tan suya. “¿Rehvenge no te ha dicho nada sobre la localización de la cripta, Zsadist?”
Él se encogió de hombros, como si el asunto le resbalara. Aunque en realidad ardía por dentro.
“Ya sabes cómo es. De eso no ha soltado gran cosa. Solo que podría estar conectado con el alcantarillado de la ciudad.”
Le dio otro trago a la jarra, se limpió la espuma con el dorso de la mano y, como si lo recordara de repente, añadió con desgana:
“Ah, y parece que ese tal Xereth anda enredado con restrictores. Una combinación de mierda, si me preguntas.”